Desde las tribunas y las columnas, la experiencia política de Vargas Llosa
Pluma de fuego. Aunque se dedicó completamente al activismo entre 1987 y 1990, encabezando un movimiento contra la estatización de los bancos y se lanzó candidato a la presidencia, al escritor siempre le interesó la política, a la que le dedicó varias de sus novelas y centenares de artículos periodísticos, contra las dictaduras, los autoritarismos y las satrapías.
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En la campaña presidencial de 1990, los opositores al candidato Mario Vargas Llosa ensayaron múltiples argucias para derribarlo del primer lugar de las preferencias electorales. Empezaron ventilando episodios de su vida íntima, sin mucho éxito, por lo que alguien recordó que el novelista alguna vez escribió un artículo en el que supuestamente se burlaba de la fe de los peruanos al Señor de los Milagros. Se trataba de “¿Un champancito, hermanito?”, publicado el 28 de agosto de 1983 en “El Comercio”. Era una sátira sobre la huachafería, esa conducta tan característica de la peruanidad, siempre negada pero cotidianamente practicada. Y citó ejemplos, incluso mofándose de sí mismo: “La fiesta del Inti Raymi, que resucita anualmente en el Cusco con millares de extras, es una ceremonia intensamente huachafa, ni más ni menos que la Procesión del Señor de los Milagros que amorata Lima (adviértase que adjetivo con huachafería) en el mes de octubre”. Con esta cita -que usada profundamente en esa época- se pretendía demostrar que Vargas Llosa era enemigo del principal culto católico peruano, por lo tanto, no merecía la confianza de un voto a su favor.
Fue la única vez que dejó en segundo plano su actividad literaria y periodística para dedicarse a la política, algo que nunca más volvería a repetir porque le resultó una muy mala y traumática experiencia. Sin embargo, desde que incursionó en las letras, nunca dejó de implicarse en política. Usó tanto la ficción literaria para componer novelas políticas, como la columna periodística para debatir, protestar y proponer en las más graves coyunturas de la política nacional e internacional. Lo hizo en todos los tonos, como el humorístico en el citado “¿Un champancito, hermanito?”, donde también retrató a la chirriante huachafería de los ricos y de los poderosos.
Tanto o más como la literatura, la columna periodística sirvió a Vargas Llosa como una tribuna desde la que expresaba sus opiniones inmediatas sobre acontecimientos recientes. Sus artículos reflejan la evolución de un hombre que se inició en el bando izquierdista hasta aterrizar en el liberalismo, como puede apreciarse en la primera colección de sus escritos periodísticos, Contra viento y marea (1983), suscribiendo su apoyo a la revolución cubana, protestando por el asesinato del poeta Javier Heraud o encarando al general Juan Velasco Alvarado por la clausura de la revista “Caretas”.
El 13 de diciembre de 2023, al escribir la que sería su última columna “Piedra de toque” para el diario “El País”, reconoció que no pocas veces escribió contraviniendo sus posiciones previas, pero siempre manteniendo fidelidad a la lucha contra las dictaduras y los autoritarismos de cualquier inspiración ideológica.

Protesta. En 1981, dirigiendo marcha a favor del movimiento sindical polaco Solidaridad. Foto: La República
Adiós a la revolución
“Nunca he dejado de decir mi verdad, en la que hay un margen de error, a veces grande, y que puede ir evolucionando, incluso de manera drástica. Cuando he publicado compilaciones de artículos, como ‘Contra viento y marea’ en la que se puede seguir mi trayectoria del socialismo al liberalismo en textos de hace muchos años, he querido que mis lectores asistan a través de esos artículos contradictorios y discrepantes entre sí a mi propio aprendizaje moral y político”, escribió en la última columna de “Piedra de toque”.
El abandono de las posiciones revolucionarias fue un proceso paulatino muy vinculado con eventos como el caso del poeta cubano Heberto Padilla -encarcelado por criticar al régimen dictatorial de Fidel Castro-, la invasión de la Unión Soviética sobre Checoslovaquia y la persecución y escritores y periodistas durante el velasquismo. Como lo que escribió en En el pez en el agua (1993), sus memorias políticas después de la campaña presidencial de 1990, el sueño de la revolución que germinó cuando estudiaba en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, fueron pisoteadas por las botas y los tanques de las dictaduras izquierdistas.
En lo que podría considerarse como un preludio a lo que sería su incursión en la política, el escritor comenzó a participar en manifestaciones públicas. Quería llevar sus pensamientos a la acción. En 1981, encabezó una protesta contra el régimen comunista polaco del general Wojciech Jaruzelski, que dispuso la persecución del sindicato Solidaridad y de su líder Lech Wałęsa. Sería la semilla de un proyecto político que luego se convertiría en el Movimiento Libertad. Pero antes, un episodio sangriento lo haría salir del escritorio donde concebía sus ficciones literarias: el crimen de 8 periodistas en Uchuraccay, Ayacucho, el 26 de enero de 1983.

En ruta. En 1990, como candidato presidencial del Fredemo, en Arequipa. Foto: La República

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El presidente Fernando Belaúnde Terry le confió la conducción de una comisión investigadora para esclarecer las circunstancias de la matanza. Entre otras conclusiones, la comisión estableció que las fuerzas del orden no tuvieron intervención directa en el homicidio de los reporteros, lo que ubicó al novelista en el centro de las críticas de un sector que alegaba que estaba encubriendo a los militares y que por eso Belaúnde le asignó el trabajo. Lo que deseaban era que la comisión acusara al gobierno y a los militares de haber organizado la muerte de los periodistas. Lo que reportó fue que los uniformados de la zona dijeron a los campesinos que era correcto asesinar a los terroristas. En este contexto, los comuneros confundieron a los periodistas con estos.
La política nunca dejó de ser una poderosa atracción para Mario Vargas Llosa.
El 28 de julio de 1987, el presidente Alan García estatizó los bancos, lo que impulsó de nuevo al novelista a lanzarse a las calles para protestar. No tardó mucho en reaccionar. Pocos después, el primero de agosto, publicó un pronunciamiento que sería la chispa de una movilización nacional contra el primer gobierno aprista. Para Vargas Llosa, fue un acto totalitario.
“La decisión del gobierno de Alan García de estatizar los bancos, las compañías de seguros y las financieras es el paso más importante que se ha dado en el Perú para mantener a este país en el subdesarrollo y la pobreza y para conseguir que la incipiente democracia de que goza desde 1980, en vez de perfeccionarse, se degrade, volviéndose ficción”, escribió. E instó a sus lectores a organizarse: “Ciudadanos, instituciones y partidos democráticos debemos tratar de evitar que nuestro país -que padece ya de tantas desgracias- se convierta en una seudodemocracia manejada por burócratas incompetentes donde sólo prosperará la corrupción”.

En acción. En 1967, con Jean Paul Sartre en acto a favor de Hugo Blanco. Foto: L'Humanité
Contra el totalitarismo
Ese mismo año allanó el terreno del camino hacia la política militante con la fundación del Movimiento Libertad, que en las elecciones de 1990 sería parte del Frente Democrático (Fredemo), compuesto por Acción Popular y el Partido Popular Cristiano, que lo lanzó como candidato presidencial. Ganó en la primera vuelta, pero en la segunda, enfrentado a Alberto Fujimori, fue derrotado. tuvo que escribir El pez en el agua como una suerte de terapia.
“La campaña duró tres años y durante ese periodo dediqué la mayor parte de mi tiempo a la política. Fue una experiencia muy profunda, muy importante pero también muy traumática, porque en esos momentos se vivía una violencia terrible ligada al terrorismo en el Perú. Había una guerra civil entre los terroristas y las fuerzas armadas, que también practicaban el terrorismo por su parte. Y me vi involucrado en algo que no tenía nada que ver con la política que yo conocía. (…) Viví esos tres años con gran intensidad pero también confusión”, explicó (Conversación en Princeton con Rubén Gallo, 2017).

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Pronto se daría cuenta que se equivocó cuando creyó que luego de las elecciones se consagraría de nuevo y completamente a las letras y dejaría de lado a la política.
El 5 de abril de 1992, su excontendor Alberto Fujimori, dio un golpe de Estado que Vargas Llosa condenó y combatió durante todo su periodo, sin concesiones. A los pocos días, el 9 de abril de 1992, bajo el premonitorio título de “Regreso a la barbarie”, escribió: “Hay ingenuos en el Perú que aplauden lo ocurrido con este argumento: ‘¡Por fin se puso los pantalones «el chino»! ¡Ahora sí los militares acabarán los militares con el terrorismo, cortando las cabezas que haya que cortar, sin el estorbo de los jueces vendidos o pusilánimes y de los partidos y la prensa cómplices de Sendero Luminoso y el MRTA!’ (…) La teoría del ‘baño de sangre’, además de inhumana e intolerable desde el punto de vista de la ley y la moral, es estúpida y contraproducente”.
El tiempo le dio la razón.
Y no dejó de cuestionar a Fujimori y a su familia que ha pretendido varias veces recuperar el poder mediante el voto, sin dejar las malas prácticas. Aunque el 19 de junio de 2021, publicó en “Piedra de toque”, que por intermedio de la abogada de Lourdes Flores Nano -que entonces respaldaba a Keiko Fujimori-, le había llegado noticias de un supuesto fraude a favor del candidato izquierdista Pedro Castillo. En la columna -una de las que Vargas Llosa publicó La República entre junio del 2011 a julio de 2021-, sin embargo, dejaba de entrever sus dudas porque había recibido “múltiples y contradictorias informaciones”. Su verdadero temor era que Castillo convirtiera al Perú en una “república chavista”, debido a la presencia de Vladimir Cerrón, formado ideológicamente en la Cuba castrista. Hasta el final de sus días, la política siempre fue un plato fuerte para el escritor.
“La teoría del ‘baño de sangre’, además de inhumana e intolerable desde el punto de vista de la ley, es estúpida y contraproducente”.