Cultural

Vuelve Sarita Colonia, ¿quién fue esta santita que suscita tanta admiración y cariño entre personas de orígenes y formación cultural tan diferente?

La suya es una historia de migrantes provincianos en Lima. Amadeo Colonia, Rosalía Zambrano y sus pequeños hijos, durante los años treinta, abandonaron la tierra natal para ir a vivir en la costa, en el Callao. 

Sarita Colonia falleció en 1940 a la edad de 26 años. Foto: Sumaq.
Sarita Colonia falleció en 1940 a la edad de 26 años. Foto: Sumaq.

Eduardo González Viaña*

A medianoche, llevado por la prisa, nuestro excelente poeta Marco Martos toma un taxi sin placas. El chofer, gigantesco y con tatuajes, acelera y comienza a dar vueltas y más vueltas a gran velocidad.

Cuando el poeta advierte que no están yendo en la dirección indicada, comienza a mirar con terror al chofer y descubre que, junto a la radio, este ha colocado una estampa de Sarita Colonia.

-¡Sarita! ¿Cree usted en ella?

-Sí. ¿Y qué? -es la dura respuesta.

Y Marco, que ya está perdido, ensaya una forma de salvarse.

-Soy amigo del autor de la novela Sarita Colonia viene volando.

El chofer, que es en realidad un asaltante, frena en seco.

-¡Bájate ahora mismo! Te ha salvado Sarita porque yo te iba a asaltar.

Algunos cuentan esta historia de forma diferente, pero yo la recuerdo así. A pesar del mal momento de Marco, me alegra saber que mi libro lo salvó.

Ayer me ha ocurrido algo similar. Cecilia Podestá, la poeta que dirige la editorial Máquina Purísima, me ha solicitado permiso para una nueva edición de mi libro, y yo se lo he concedido con mucho gusto. Cecilia -según me ha confesado- está cumpliendo una promesa en pago de un milagro que le hizo la santita. Y lo mismo ocurre con la brillante diseñadora española, Clara Yucra.

¿Quién fue esa santita que suscita tanta admiración y cariño entre personas de orígenes y formación cultural tan diferente? Sarita Colonia nació en Huaraz en 1924 y murió en el Callao en 1940.

La suya es una historia de migrantes provincianos en Lima. Amadeo Colonia, Rosalía Zambrano y sus pequeños hijos, durante los años treinta, abandonaron la tierra natal para ir a vivir en la costa, en el Callao.

Este hecho corresponde a una tendencia migratoria que traslada, desde hace mucho tiempo, millares de familias del campo y las provincias del interior hacia la gran urbe capitalina. No es inusual. Tampoco lo son la frustración y el desamparo que suelen afrontar los nuevos habitantes de la tierra prometida.

Nada es inesperado allí. Las estrecheces de la familia Colonia, una probable vocación religiosa truncada por la pobreza, el trabajo de Sarita en el servicio doméstico y su muerte prematura resultan poco menos que normales datos estadísticos.

Tal vez lo milagroso de esta muchacha es haber sobrevivido, ya adulta y sola, en los barracones del Callao, tugurios pauperizados donde para cualquiera es un prodigio la existencia. Una presumible fiebre tífica y la atención deplorable de un hospital de pobres, las circunstancias de su muerte, también son usuales para la demografía del Perú.

Incluso la sepultura de Sarita corresponde a lo ordinario. Apenas se produjo el deceso, se dispuso que sus restos fueran conducidos, sin procesión fúnebre, hacia alguna inagotable fosa común.

En los años setenta nació la leyenda que le atribuye portentos sin fin y la condición de santa. Sus seguidores más numerosos son peruanos de ocupaciones informales, conductores de taxi sin autorización, vendedores ambulantes, pescadores artesanales, ladrones ocasionales y desempleados. No se espera que vuele o atraviese las paredes, sino que consiga puestos de empleo o que persuada a los policías y a los jueces. El ámbito de esta creencia estuvo inicialmente limitado a Lima y el Callao, pero en los años recientes sobrepasó la frontera norte del Perú, avanzó por los países vecinos hasta llegar a Centroamérica, y está conquistando ahora a mucha de la población hispanoparlante de los Estados Unidos.

Un dato proporciona el perfil de los devotos: de los 890 milagros anotados por aquellos en un cuaderno especial, 751 revelan el hecho -portentoso en el Perú de hoy- de haber obtenido un puesto de trabajo gracias a la intercesión de la santa informal.

El culto no ha sido reconocido oficialmente por las autoridades eclesiásticas.

En el Perú de hoy, al lado del estado constitucional se ha ido gestando una suerte de república subterránea. Por eso, no es raro que un pueblo, casi autoadministrado, acepte el poder de la Iglesia para develar el misterio de las cosas, pero le expropie o le ignore sus facultades para reconocer la profecía de los ingenuos y la santidad de los pobres.

*Escritor. Autor de El poder de la ilusión, sus memorias.