Cultural

Mario Vargas Llosa: una manera de vivir

Creo que de Mario Vargas Llosa aprendí el valor del trabajo. Si quieres escribir, escribe. No solo hables acerca de la literatura. Escribe. Lo pienso así porque Mario no tenía tiempo para otra tarea y estaba escribiendo siempre.

Mario Vargas Llosa en París. Foto: Difusión.
Mario Vargas Llosa en París. Foto: Difusión.

Escribe: Eduardo González Viaña

En mi cuento, la amada a quien escribe el joven guerrillero es muy delgada y ojerosa, casi aérea:

“Me olvido de tu cara, pero recordaré tus ojeras”.

Estaba yo escribiendo en París, en casa de Mario Vargas Llosa, quien me preguntó si la historia tenía bases reales. Le respondí que así era.

Nos habíamos conocido Mario y yo en La Habana, durante una conferencia. Su generosidad hizo que me invitara a quedarme en su casa cuando yo pasara por París. En esos años, por intolerancia de nuestros gobiernos, estaba prohibido viajar a Cuba o a cualquier otro Estado socialista. Para hacerlo, había casi que dar la vuelta al mundo.

En mi viaje de regreso, pasé por París y, al llegar, recordé la invitación, pero me alojé en un hotel. De todas formas, lo llamé para verlo.

Mario insistió, y no tan solo eso. Fue en su carro a buscarme y me ayudó a cargar mi maleta durante un buen rato.

Estoy contando esta historia porque es la primera que me viene al conocer la noticia sobre su deceso. No tan solo evoco la fuerza de sus personajes o la lucidez de su estilo, sino también la generosidad que tuvo conmigo durante todas las semanas que permanecí en su casa.

Creo que de él aprendí el valor del trabajo. Si quieres escribir, escribe. No solo hables acerca de la literatura. Escribe. Lo pienso así porque Mario no tenía tiempo para otra tarea y estaba escribiendo siempre. Por la noche, luego de una o dos horas sociales, trabajaba en la radio francesa y emitía programas para la América hispanoparlante.

Su imaginación nunca se suspendía. Recuerdo que, un día, mientras almorzábamos en un bistro, Mario comenzó a señalar algunas mesas y preguntarme: “¿A qué crees que se dedica el caballero de enfrente?, ¿o ese hombre y esa mujer vestidos de negro?, ¿qué hacen?, ¿qué les preocupa?”.

Y yo le decía que el caballero seguro era empleado de correos y que la pareja estaba a punto de separarse por su incompatibilidad con el asado de ternera.

En cuanto al lejano Perú, Mario estaba pensando en viajar para darle una trompada a un periodista que no cesaba de usar frases cliché respecto a él como, por ejemplo: “Mario desgrana su risa de choclo”.

La convicción de que escribir era mi tarea principal me sirvió en Lima para apartarme a tiempo de los bares donde jóvenes escritores denostaban de los autores con más éxito.

Me acuerdo que, en el Perú, a semejanza del Salieri que persigue a Mozart, un escritor regularón había dedicado su vida al paciente odio de todo lo que escribiera Vargas Llosa. A veces, trataba de disimularlo entreverando el juicio sobre su literatura con sus convicciones políticas.

Sinceramente, creo que lo uno no tiene que ver con lo otro y que las convicciones políticas de un escritor no deben servir para exaltarlo ni para destruirlo.

A mí, ese tiempo de permanencia en París me marco en el sentido de creer con fiereza en la disciplina del trabajo literario. Sin embargo, nunca he escrito como Vargas Llosa ni lo intento y, por otro lado, nuestras convicciones políticas han caminado desde entonces en forma diametralmente opuesta.

Recuerdo que, una vez, nos encontramos en una conferencia en Cartagena de Indias. A pesar de nuestras crecientes diferencias, manteníamos una simpatía recíproca, y se me ocurrió decirle:

“Oye Mario, como el mundo da vueltas, pienso que cada uno de nosotros ha dado un salto y al fin nos hemos encontrado en una posición diferente”. Mario aceptó mi comparación con una amplia sonrisa.

El cuento que yo escribía en su casa era “Batalla de Felipe en la casa de palomas”. En el mismo, el guerrillero ha recibido la orden de retirarse del grupo. Felipe le ha ordenado volver a la ciudad. Ahora, los periódicos dicen que ha muerto. El narrador personaje escribe:

“No es cierto que esté muerto. No es cierto que se haya quedado mirando las nubes. Por pura gracia no las miraba. Los del campo decían que cuando él miraba las nubes, las movía”.

Me pasa lo mismo con Vargas Llosa. No se harán humo sus duros personajes. Para mí, sobrevivirá su generosidad al compartir su creencia en escribir:

“El escritor siente íntimamente que escribir es lo mejor que le ha pasado y puede pasarle, pues significa para él la mejor manera posible de vivir”.