Una noche en la ópera, en pijama y calcetines, pero sin fantasma

"Es por si el fantasma de la ópera viene a visitarnos", bromea Carolina Marques Lopes, mostrando su peluche. Junto a otras 180 personas, esta abogada se prepara para pasar una noche en la ópera de Ginebra.
Una vez al año, el Grand Théâtre de la ciudad suiza organiza un recorrido musical nocturno en pequeños grupos entre los dorados, los granitos y los frescos del majestuoso edificio.
Carolina instala su esterilla a los pies del escenario del auditorio.
"Creo que los puristas no se imaginan que alguien pueda dormir aquí. Es una locura", comenta su amiga Carine Lutz, profesora de Derecho.
Desde la apertura de puertas a las 20H00, los participantes --en su mayoría personas de entre 30 y 50 años y muchas familias con niños-- entran con sus edredones y cojines, cargados en grandes bolsas, mochilas y maletas, que colocan en los palcos y butacas de terciopelo rojo del auditorio.
El objetivo es "abrir los espacios para hacer cosas que normalmente no se hacen aquí, como por ejemplo correr en pijama", explica a AFP la dramaturga del centro, Clara Pons.
"Normalmente la ópera tiene ese lado superformal. Y aquí, estamos tal cual. Uno se siente cercano a los demás de una forma distinta a cuando todos están sentados en la sala de 1.500 plazas", detalla.
Una experiencia que Adrien Mangili disfruta en su tercera participación.
"Hay que venir con tiempo para conseguir un palco, para poder dormir con un poco de intimidad. Para los niños es más fácil dormirse así", cuenta, rodeado de su familia y amigos.
Su hija, Phèdre, de 7 años, se pone el pijama con entusiasmo. "Podemos pasear o ir a ver espectáculos. Pero no todos los días se puede dormir aquí", comenta.
- Sentirse más libres -
Antes de poder tumbarse a descansar, niños y adultos recorren durante más de dos horas la ópera en la penumbra, guiados por barras fluorescentes, en un paseo marcado por interludios musicales interpretados por un conjunto especializado en música barroca, "Los Argonautas".
"Es relajante pero no te da sueño", comenta Héloïse Garcia, una estudiante tumbada en el gran escenario junto a su amiga Maeva Regalado, que aprecia "sentirse más libre" que en un concierto clásico.
Quienes no consiguieron palco se instalan en los pasillos, los salones o el patio de butacas del auditorio, donde un millar de orificios luminosos forman un cielo estrellado a imagen de la Vía Láctea.
Stefanie Neves, que vino con amigos, se dejó seducir por el majestuoso Grand Foyer, de estilo Segundo Imperio, adornado con dorados, frescos, maderas talladas y pinturas.
"¡Trajimos colchones hinchables tamaño Queen-Size! Agarramos lo que teníamos en el sótano para disfrutar al máximo de la música y, aun así, dormir algunas horas", indica, desplazando el colchón por temor a que un enorme candelabro se le caiga encima.
Un poco más tarde, dormita bajo su manta, en la penumbra anaranjada de la sala donde el pianista italiano Marino Formenti encadena piezas según su inspiración y la del público.
"Decidí no imponer un programa, sino traer varias composiciones que me gusta tocar, muy variadas, desde barroco hasta Chopin, pasando por música rock, Pink Floyd y Beatles", cuenta a AFP.
Entre dorados e inmensos espejos, ángeles y ninfas pintados en un cielo olímpico observan a estos noctámbulos que se dejan llevar por la música, la mayoría tumbados o sentados.
Cerca del piano una joven pareja baila abrazada, ella descalza, él en calcetines, mientras una mujer y una niña --ambas en pijama-- caminan como si nada.
Es tarde y se escuchan ronquidos en la gran sala, donde una pantalla proyecta una película muda en blanco y negro.
"Fue maravilloso estar con los artistas y en lugares increíbles en calcetines", dice Megan Bonfils, una joven, tras despertar con música.
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