Los nombres de los programas cambian. Qali Warma pasó a llamarse Wasi Mikuna. El primero significa “Niño vigoroso”; el segundo “Comida de casa”. Ambos son nombres en quechua. Sin embargo, el nombre debería ser “Khuru”, es decir gusano. Porque lo que no cambia es la contaminación de las conservas, infestadas de gusanos y bacterias. Resulta ocioso insistir en el carácter abominable de estos actos de corrupción. Dar alimentos tóxicos a los niños más desprotegidos del país es un crimen incalificable. Seguirlo haciendo tras haber sido descubierta la trama, limitándose a cambiar el nombre de lo que en la práctica es una organización criminal, es aberrante hasta para un Gobierno tan decadente como este.
Hildebrandt en sus Trece ha explicado en detalle, en una columna de Alonso Zambrano, lo sucedido. Niños de Chupaca, Jauja, Piura, Alto Amazonas, Tacna y de seguro muchos otros colegios del Perú, consumieron de nuevo esas conservas de pescado o pollo contaminadas, que los llevaron al hospital. Lo que hace de esto un crimen particularmente atroz, es la reincidencia en tan poco tiempo.
Para agravar el escándalo, ciertas autoridades del programa culparon a las madres de lo sucedido. Como explica la señora Dolibeth Silva, madre de familia del colegio Virgen de Fátima, al ver la cantidad de gusanos que aparecían al desmenuzar el jurel de la conserva, es imposible que estos aparezcan en la sartén tapada y caliente. Sin embargo, cuando acudió a quejarse a los representantes de Wasi Mikuna, le cerraron la puerta en la cara.
Si en la época de Dante hubieran existido conservas en lata, estoy seguro que les habría asignado a estos miserables un círculo en la parte más baja de su Infierno en la Divina Comedia. La culpa de esta vileza asciende, en sentido contrario al mundo dantesco, hasta las más altas esferas de este Gobierno fantasmal. La Presidenta Boluarte pretende ocultar su clamorosa incapacidad para atajar la ola de violencia, hablando de sí misma en tercera persona: “No es responsabilidad de la Presidenta Boluarte. No es responsabilidad solamente de este Ejecutivo brindar seguridad a los ciudadanos”. Rosa María Palacios me pide en su columna dominical de este diario que me refiera a esta manera de referirse a sí misma, coloquialmente conocida como “ileísmo”.
Sus significados son diversos, no siempre negativos. En ocasiones permite tomar cierta distancia del propio discurso, en procura de cierta objetividad. Por ejemplo, si dijera: “La Presidenta de la República no puede actuar sin la legitimidad otorgada por la ciudadanía.” En ese caso, plantearía un debate interesante. Pero si pretende eludir su responsabilidad ante la violencia -y envenenar a los más vulnerables es una forma espeluznante de violencia también-, estamos en otro contexto muy diferente. Lo que en un caso busca objetividad, en otro puede denotar una disociación destinada a evitar asumir su responsabilidad. Es lo que dice, literalmente, la Presidenta: “No es responsabilidad de la Presidenta Boluarte”.
Entrelíneas podemos leer una declaración pública de incapacidad. No puedo hacer nada. Tengo las manos atadas -y enjoyadas con costosos relojes- porque en realidad no soy quién manda en el país. Poco le faltó para decir que les pidamos cuentas a Keiko Fujimori, César Acuña, Rafael López Aliaga o Vladimir Cerrón. Si hay algún atisbo de narcisismo en su discurso, es uno tremendamente frágil. La Presidenta Boluarte, como se hace llamar, está en el cargo porque sus amos la mantienen en el puesto. No porque la apoye la voluntad popular. Como lo demuestran las encuestas una y otra vez, el repudio contra ella es abrumador. Quizás también esa percepción la haya llevado a referirse a sí misma en tercera persona. Como diciendo: ataquen mi efigie, no mi persona que, en la práctica, no existe. Más que una pretensión de grandiosidad, pareciera tratarse de un esfuerzo, condenado al fracaso, de disimular su insignificancia.
El problema gravísimo de esta ausencia de Gobierno es que quienes sí están actuando con denuedo, son las mafias. Desde los sicarios que extorsionan y asesinan, hasta los empresarios inescrupulosos y desalmados que son capaces de enviar productos no aptos para el consumo, a niños pobres y hambrientos. Convertir programas de supervivencia infantil, en un país con tasas de anemia alarmantes, en sistemas de corrupción para enriquecerse a costa de los más indefensos y necesitados, es algo que cualquiera encontraría execrable. Pero hacerlo de manera reiterada, limitándose a cambiar el nombre de la práctica mafiosa, pone a prueba cualquier intento de análisis de la inhumanidad.
La única explicación para que esto pueda seguir ocurriendo a vista y paciencia de la ministra del MIDIS y todo el gabinete, es que su disociación grupal de lo que suceda en el país, ya llegó a límites de patología social sin precedentes. Tenemos la obligación ciudadana de tomar nota cuidadosa de lo que está ocurriendo. Los personajes arriba citados, los que cortan el jamón en el país, son tan responsables como la Presidenta y su gabinete de esta barbarie. En vez de preocuparse por la suerte de los más vulnerables, sean niños intoxicados o adultos asesinados por los sicarios de la extorsión, están dedicados a manipular el proceso electoral que se avecina.
Si queremos evitar que los gusanos sigan allí, no cometamos el error de limitarnos a aceptar los cambios de etiqueta que se están cocinando en recipientes inmundos, para confundirnos a la hora de votar. Comencemos por mantener viva la consigna saludable: #PorEstosNo.
Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".