Hace pocos días, durante una reunión del “Cuarto de Guerra”, la Presidenta Dina Boluarte estaba en uso de la palabra cuando, de golpe, permaneció muda durante interminables segundos, sin dar explicación alguna sobre su repentino e incómodo silencio. Más allá del meme involuntario, esa incapacidad para articular palabra por una falla en el teleprompter, fue una puesta en escena involuntaria del funcionamiento del poder en el Perú. Si estuviéramos en una sesión psicoanalítica, diríamos que se trata de un acto fallido. Estos actos, en apariencia inintencionados, demuestran ser determinados por razones que escapan a la conciencia.
Aquí el teleprompter ocupa el lugar de lo que Lacan denomina el Gran Otro. Es la voz el amo. La que le dice lo que puede o no declarar. En suma, ese embarazoso y prolongado momento en que Dina Boluarte se quedó sin palabras, confirmó lo que en realidad ya sabíamos: ella no gobierna al país. Los que manejan el poder se encuentran en otro lugar y dicho lugar no es el Congreso. Este recinto es apenas una caja de resonancia de lo que negocian y deciden los jefes de los partidos Fuerza Popular, Alianza para el Progreso, Renovación Popular o Perú Libre.
El pomposo y patético “Cuarto de Guerra” es un teatrín de ínfima calidad. Las caras de los presentes, mientras Boluarte permanecía perdida al no recibir las instrucciones que debía proporcionarle el mentado aparato, eran de un desconcierto absoluto. En esos segundos que les deben haber parecido horas, sus ropajes y maquillajes cayeron y los expusieron en su grandiosa insignificancia.
Es imposible para un psicoanalista no hacer la analogía con el funcionamiento del inconsciente. Ese fue un momento en que el silencio de los culpables hizo un ruido atronador. Fue, en buena cuenta, un momento en el que la verdad se abrió camino y emergió a la luz. Apenas el dispositivo de marras fue reactivado, la farsa pudo continuar. Pero, más allá de las risas, todos pudimos ver lo que está sucediendo. Si bien el poder se encuentra en varios lugares -y ninguno de estos radica en Palacio-, lo cierto es que el Gobierno no existe.
Por eso la inseguridad y la extorsión aumentan sin parar. En los últimos tres años, la tasa de extorsión ha aumentado en 379.26%. Veo militares armados en las calles de mi barrio, pero es evidente que no es en Miraflores donde prolifera esta modalidad de delincuencia. Se diría que el cálculo -si es que lo tienen- los que toman las decisiones en el Perú, es que esta situación de zozobra permanente en la que deben vivir las personas más necesitadas de protección, favorece sus designios de un próximo Gobierno autoritario.
Acaso por eso los ministros y autoridades que pretenden actuar como tales, parecen haber entrado en una competencia grotesca de quien hace la afirmación más ridícula. Desde “¡Viva el autismo!” de parte del mismo que declaró que las ratas no tenían derechos -refiriéndose al medio centenar de peruanos asesinados por las fuerzas del orden durante las protestas-, hasta echarle la culpa a los padres por las intoxicaciones del programa Wasi Mikuna. En el primer caso fue el ministro de Educación, Morgan Quero, en el segundo la directora del programa antes llamado Qali Warma. La ministra de Cultura, Leslie Urteaga, recurrió a las palabras mágicas, dignas de Nubeluz, de este “gobierno”: estado de emergencia.
Obviamente estamos en estado de emergencia. Nuestra existencia cotidiana transcurre en estado de emergencia. Y mientras menos recursos tenga la gente, dicha situación es más grave. Las tonterías que profieren estos olvidables personajes, provienen no solo de la ignorancia -no es el caso de varios de ellos- sino de saber que su papel es parte de una parodia. Ellos también viven estado de emergencia, pues sus cargos, y en algunos casos su libertad, dependen de las decisiones que tomen los que manejan el teleprompter de nuestra política. En cualquier momento pronuncian “¡grántico, pálmani, zum!” y las sillas voladoras salen disparadas hacia el espacio exterior.
De ahí que compitan por hacerse visibles por su diligente uso de la franela, o bien optan por el sigilo, con la esperanza de pasar desapercibidos. Solo los une lo que Paul Eluard llamaba el duro deseo de durar. Más aún ahora que los plazos se acortan y la tensión aumenta. ¿Cuánto tiempo más puede durar esa alianza de facto, en donde se evidencia que las ideologías eran de fachada Telesup, de los que llevan las riendas? Entramos en terreno no cartografiado. Hasta ahora esa confluencia de conveniencias les venía funcionando. Cada día que pasa, esos lazos delincuenciales se hacen menos funcionales. Se viene una nueva repartición de la baraja.
¿Y nosotros, los peruanos de a pie, que lugar ocupamos en esta representación del teatro del absurdo? Se acerca el momento en que, por un breve periodo, podremos tomar decisiones sin el control de estos amos desalmados. Es evidente que harán lo posible para limitar nuestra capacidad de elección. Desde controlar los organismos electorales hasta ofrecer un elenco peor que el que nos oprime ahora. Aun así, no las tienen todas consigo. El periodo que se avecina es al que más le temen, pues es imposible controlar todas las variables. El fantasma de Pedro Castillo los visita en sus pesadillas.
Por eso inhabilitan a cualquiera que los pueda jaquear: Vizcarra, Sagasti, Del Solar, Antauro Humala y a cualquier otra persona que vean como una amenaza a su afán por controlar el proceso electoral. Su miedo a la democracia es la medida del poder que tenemos los ciudadanos. #PorEstosNo.
Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".