Carlos Calderón Fajardo nunca quiso ser un escritor de culto
Este próximo 29 de abril, se cumplen 10 años de la partida de este importante autor peruano. De lo mejor de su producción, “La conciencia del límite último”.

Si hay algo, de lo no poco, que recordaré de Carlos Calderón Fajardo (1946 – 2015), es precisamente su aparente facilidad para escribir libros, sin importar los registros ni los géneros, lo que me lleva a corroborar la sospecha que siempre tuve de él: Calderón Fajardo era una máquina de narrar. Al respecto, le pregunté, en una tarde, mientras dábamos cuenta de varias tazas de café, por su método de trabajo. Calderón Fajardo escribía en cuadernos, puesto que la escritura a mano le brindaba esa necesaria lentitud que le permitía, “en lo que yo creo”, ejercer una escritura inteligente.
¿A qué se refería con eso? O sea, repasando su obra, y más allá del nervio narrativo que sus textos mostraban, y también más allá de la sensibilidad de los mismos, había una actitud narrativa por tensionar su escritura de ficción, que traduzco como una estrategia por salirse del camino seguro y apostar por la indefinición genérica. Una vez instalado en esa parcela (a la que llegó relativamente joven), escribió, mediante la tersura, de todo lo que le vino en gana.
La crítica lo ha calificado de escritor raro, extraño, oculto, como para secta. Tonterías. El error de Calderón Fajardo fue no estar bien contactado. Pero ese tema no lo preocupó tanto, porque de haber sido así, no tendríamos los títulos que publicó, la mayoría de ellos sobre tópicos populares (no olvidemos su saga novelística de la vampira Sarah Ellen, figura presente en el imaginario peruano desde los 90).
Bien dicen los que saben: los buenos y grandes escritores tienen ventanas de entradas. Al respecto, qué mejor ventana/puerta a su obra que La conciencia del límite último (1991), a la fecha, una de las joyitas breves de la tradición narrativa peruana.
El flaco Calderón es un joven que trabaja en un diario amarillista/chicha, en donde importa más el efectismo discursivo que la noticia misma. El flaco Calderón tiene aptitudes literarias y, se deduce, empezará a poner su cuota de ficción en las crónicas policiales que debe escribir. El telón de fondo no es otro que la pesadez atmosférica de los años 80. De a pocos, la realidad y la ficción, y sin hacer uso de la chancaca verbal, se cruzan hasta formar una línea discursiva en las coordenadas del policial enigma.
Es cierto: más de uno ha señalado que La conciencia del límite último recibía la influencia de las Mil y una noches, pero esta actitud de narrar dentro de la narración la vemos prácticamente en toda su obra de ficción. A esta novela le fue muy bien, pero nuestro autor fue víctima de una enfermedad, la cual lo mantuvo alejado muchísimo tiempo de la escena literaria. Pero una vez recuperado, regresó, literalmente, con todo.
Cuando falleció en 2015, Calderón Fajardo se hallaba en un muy buen momento narrativo. Sus novelas sobre Sarah Ellen, por ejemplo, gozaban del favor de los lectores jóvenes. A partir de 2005, que podríamos indicar como su año de retorno, no dejó de entregar, como mínimo, un libro por temporada (entre traducciones, reediciones y novedades). Su sola producción dinamitaba la imagen de escritor de culto. Siempre quiso ser leído y no confinado a la lectura de una minoría.
Este próximo 29 de abril, se cumplen 10 años de su partida. A diferencia de no pocos autores con talento que no tuvieron la atención que merecían, podemos afirmar que Carlos Calderón Fajardo sí disfrutó del reconocimiento.
Calderón Fajardo era incómodo para las argollas y las grandes editoriales saludaban su producción, pero no la publicaban como merecía (para no chocar con las argollas). Siempre lo supo y, pese a ello, siguió escribiendo. Era un escritor.