Reacciones: “Vargas Llosa no solo fue respetado por la maestría de su prosa, sino sobre todo por su sensatez”
Desde la tarde del domingo 13 de abril, los grandes medios de comunicación del mundo no dejan de dar cuenta de la muerte de Mario Vargas Llosa. La República recoge las impresiones de algunas personalidades del mundo político y literario de Hispanoamérica.

“Vargas Llosa dijo que el impulso de escribir surgió de las circunstancias inusuales que rodearon su infancia. Nacido en Arequipa, ciudad del sur de Perú, fue enviado por su abuelo, junto con su madre, Dora Llosa, y sus hermanos y hermanas, a vivir en la vecina Bolivia cuando su padre, Ernesto Vargas, abandonó a la familia. El joven Mario creció creyendo que su padre había muerto”, es el inicio del obituario del diario inglés The Guardian, a cargo de Nick Caistor.
Por su parte, The New York Times, dice lo siguiente vía Dwight Garner:
“Vargas Llosa era el último escritor vivo del boom, lo que de alguna manera duplica el impacto de su pérdida. Era el novelista político más inteligente y consumado del mundo. El interés de Vargas Llosa por los asuntos humanos le llevó a la política, en la página y fuera de ella. El comité del Premio Nobel, al concederle el Nobel de 2010, destacó su “cartografía de las estructuras del poder y sus mordaces imágenes sobre la resistencia, la revuelta y la derrota individual”. Su propia política podría ser difícil de definir. De joven era un ferviente izquierdista, pero poco a poco fue derivando hacia el neoliberalismo. Era partidario de elecciones abiertas, los derechos de los homosexuales y un gobierno limitado. En años más recientes, sorprendió a algunos observadores al apoyar a candidatos autoritarios de extrema derecha en América Latina y España”.
Dos de los más prestigiosos medios del mundo no solo dan cuenta de la noticia de la muerte de Mario Vargas Llosa, sino también lo que la misma suscita en el imaginario mundial. Vargas Llosa no solo era una referencia literaria, su nombre traía otros ecos. Pensemos en su trayectoria política, que tuvo un pico mayor en su periodo de candidato a la presidencia a finales de los años 80, contienda que perdió ante Alberto Fujimori y a quien criticó ni bien cometió el autogolpe de Estado de 1992. Vargas Llosa postuló a la presidencia con un nombre hecho. Su obra literaria ya estaba traducida a muchas lenguas y su postura política (liberal) era discutida. Ya era millonario e igualmente un duro crítico de las dictaduras y regímenes autoritarios (Fidel Castro en Cuba y Augusto Pinochet en Chile, a saber). Humanamente no necesitaba postular a la presidencia y lo hizo porque quería hacer algo positivo por su país y lo hizo siendo sincero. Este es otro de los aspectos que sacan a Vargas Llosa de lo cultural y lo convierten en una figura poliédrica. Por eso los principales medios del mundo se ocupan de su partida.
“Su fama y creciente ambición, así como su consternación por la caída de Perú en un caos casi total a finales de la década de 1980, impulsaron su candidatura a la presidencia como un conservador que prometía restaurar el orden. Perdió estrepitosamente en la segunda vuelta de 1990, pero defendió su decisión —similar a la del dramaturgo checo Václav Havel, quien había ganado la presidencia de su país el año anterior— de cambiar su aislamiento artístico por la acción política”, escribe John Otis de The Washington Post.
“Desde los años 50, Mario Vargas Llosa no ha dejado de estar atento a la compleja realidad social peruana. Era un observador muy certero. En algún momento, muchos llegaron a creer que el Perú se estaba desjodiendo, pero debido a los acontecimientos de los últimos diez años, el Perú tomó un camino del cual Vargas Llosa no fue ajeno. Cuando él fue candidato presidencial, fue víctima de una feroz campaña de desprestigio y no se arredró ante Fujimori y Montesinos”, declara para La República Pedro Cateriano, dos veces presidente del Consejo de Ministros y amigo personal de Mario Vargas Llosa, y autor de su biografía política: Vargas Llosa, su otra gran pasión.
Autora de libros de ensayos, como el imprescindible Por las fronteras de Europa, y columnista del diario ABC, la española Mercedes Monmany es una autoridad mayor de la crítica literaria en Europa.

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Consultada sobre Vargas Llosa, Monmany le responde a La República:
“Su obra obtuvo invariablemente el favor de público y al mismo tiempo el de los especialistas. Algo que no siempre sucede, en un mundo cada vez más dividido entre “la alta cultura” y la otra, la de consumo rápido y pasajero. Fue alguien que ejerció el difícil y arduo papel de intelectual de consenso, se piense como se piense, por encima de escuelas de pensamiento, tendencias políticas y estéticas o filosofías de cabecera. De consenso, todo hay que decirlo, en un mundo, el latino en general, y más específicamente el mío, el español, permanentemente embarcado en ardientes y enardecidas trifulcas internas, que parecen no tener nunca fin”.
La literata enfatiza este aspecto del nobel de Literatura 2010, su sentido común, el cual incluso no es puesto en práctica por no pocos pensadores de hoy.
“Siempre se trató de alguien respetado no solo por la brillantez y maestría de su prosa, sino sobre todo por su sensatez, por su voluntad de mediar en conflictos y razones diversas, y al tiempo exponer las más diversas causas fueran literarias o pertenecieran a la esfera de lo político, pausadamente, sin arrogancia moralizante ni acritud o vehemencia, en territorios lastrados, en muchos casos, por un exceso de pasión y visceralidad, de intolerancia y demolición sin piedad de contrarios a los que se negaba la pura existencia”.
Desde 1963 a 2023, en 60 años, Mario Vargas Llosa publicó 20 novelas. Una novela cada tres años, por ponerlo de algún modo. Nada mal si tenemos en cuenta que la escritura de una novela es desgastante tanto en lo físico como en lo mental. ¿Pero ello es suficiente para mantener la inspiración?, ¿de dónde la sacaba? o ¿qué actitud había que tener?
Leonardo Valencia, reconocido escritor ecuatoriano, autor de la monumental novela La escalera de Bramante, y una de las voces más sólidas de la actual narrativa hispanoamericana, dice:
“La raíz de un talento como el de Vargas Llosa es la disposición al asombro, la percepción agudísima no solo para captar el detalle que levanta cualquier figura literaria sino la fluidez y la transparencia para dejarse atravesar por los detalles, por los otros, y colocarlos sobre la página como si se los viera por primera vez, con la impronta fresca de una revelación. Aunque no se parezcan en temas ni en procedimientos, aunque el mismo Vargas Llosa haya señalado a otros autores como su influencia, al leerlo no he podido dejar de pensar en Tolstói. Se ha señalado repetidas veces que el novelista ruso presenta a personajes, descripciones y escenas con un lenguaje prístino, como si nacieran delante de nuestros ojos. No hay turbación al presentarlos. Esa diafanidad de la mente es lo que caracteriza a Vargas Llosa. Supo dejar a un lado interferencias personales que predispusieran o enturbiaran la novela. ¿Cómo se logra esto? El talento no se puede explicar. Aun así, me arriesgo a apuntar que en el caso de Vargas Llosa viene de una combinación de destrezas, no menor la práctica periodística desde muy joven, pero también haber contrastado distintos ambientes en su infancia repartida entre Arequipa, Piura, La Paz y Lima, que no fijó su mirada con una cláusula identitaria y, sobre todo, su exploración de las distintas tradiciones de la novela, esa capacidad para entrar en el arte de novelas tan distintas en formas y procedimientos”.
Vargas Llosa ya no está, pero sus libros serán más leídos que antes y su trayectoria política queda para su discusión. Su literatura y su pensamiento político no estarán suspendidos por su fallecimiento.
En las últimas semanas, La República dio cuenta de las cartas de Vargas Llosa con Salazar Bondy, en Hueso Húmero; de los eventos que está organizando la Cátedra Vargas Llosa para promover y discutir su obra; del nuevo número de la revista Círculo de Lectores dedicado a Vargas Llosa. No son hechos aislados. Vargas Llosa es inagotable porque se sabía con talento, pero sabía a la vez que el talento era insuficiente si no estaba acompañado con dimensión de trabajo y autocrítica. Su secreto del éxito dependía de la fuerza de voluntad.