Defender la vida, Paula Távara


Uno de las principales banderas de la extrema derecha global, y del ultra conservadurismo que habita en nuestras instituciones públicas, es su pretendida defensa de la vida.

En un uso simplista de la estrategia política deconstrucción de antagonismos, este sector se posiciona como “provida” y cualquiera que se oponga a sus posturas es ubicado algo así como un “promuerte”.

Ernesto Laclau, en su abordaje de los populismos, planteaba que parte de la estrategia de aglutinación de voluntades (también electorales) se da a partir de los denominados “significantes vacíos”, que son conceptos o palabras que, más allá del significado oficial que puedan tener, son llenados de un significado mayor.

Bajo este prisma, la palabra “vida” podría considerarse un significante vacío del que determinados grupos político-religiosos pretenden adueñarse para captar adeptos y posibles votantes. Sin embargo, Laclau también pone sobre la mesa que ante ello puede ocurrir una “batalla de significantes”, por la cual las organizaciones o ciudadanos que no se ven representados por estos grupos peleen por dar su propio significado a esta palabra.

En el contexto de la “batalla cultural” que venimos afrontando en el país, corresponde quizás dar entonces una “batalla de significantes” por la VIDA.

Cabe preguntarse, entonces, más allá de la biología, qué entendemos por vida y cómo podemos proteger y defender su integralidad. ¿Puede una sociedad, una comunidad política, un Estado, reducir la vida a la reproducción celular?

La Declaración Universal de los Derechos Humanos señala en su artículo 3 que “todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”.

Lo hace también el artículo 2 de nuestra Constitución, que señala “Toda persona tiene derecho a la vida, a su identidad, a su integridad moral, psíquica y física y a su libre desarrollo y bienestar”. 

Es decir, una lectura reflexiva -quizás no sólo jurídica- de nuestros principales marcos de convivencia política, supranacionales nacionales, no entienden el derecho a lavida como al solo hecho de existir, sino que le añade condiciones correlacionadas, que ayudan a dar sentido e integralidad a esa vida.

Así, visto por fuera del prisma del dogma y el aprovechamiento político, ser “provida” debiese ser garantizar libertad y derechos para quienes ya transcurren una vida.

Defender la vida es entonces una defensa clara de políticas contra la criminalidad organizada que, en promedio, mata cada día a seis personas. Y para defender la vida y la lucha contra la criminalidad no necesitamos “pena de muerte” (altamente contraria a la vida) ni uso de mayor fuerza, sino inteligencia, políticas integrales de mitigación de riesgos, y mecanismos legales para perseguir la delincuencia.

Dicho eso, eliminar la detención de delincuentes que no se encuentren en flagrancia delictiva, facilitar la prescripción de delitos y restar capacidades al Ministerio Público son todas medidas contra la vida, que los denominados “provida” han promovido y defendido. 

Y la vida va de la mano, claro está, con defender la salud. Y es que ausencia de salud es la enfermedad, y la consecuencia final de la enfermedad es la muerte. Una vida vivida sin salud, por tanto, no puede ser una vida buena.

La Organización Mundial de la Salud señala que «La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.»

La autorización, a solicitud voluntaria, para el aborto terapéutico en menores de edad víctimas de violencia sexual, por tanto, es la defensa de la vida de niñas y adolescentes que ya sufren graves afectaciones a su salud física y mental, las que la ciencia ha mostrado que incluso alcanzan al deterioro permanente a nivel neurológico.

¿Alguien puede realmente pensar que una niña de 8 años puede tener una vida “normal” luego de ser violentada sexualmente (en la mayoría de casos de forma sistemática y continua durante largo tiempo con un perpetrador miembro de su entorno familiar) y obligada a recordar esto cada día de un embarazo producto de este terrible delito?

Así, la campaña de cierto sector de políticos y medios de comunicación contra el Instituto Nacional Materno Perinatal, sus directivos y sus trabajadores, por la aplicación del aborto terapéutico en estos casos, tengámoslo claro, no es una campaña “provida”. Se trata más bien de la construcción de un enemigo, de un cuco. Y por supuesto, de una forma de ganar adeptos en redes sociales y espacios mediáticos.

Alguien me dijo hace unos días que la defensa de la vida que hago debiese centrarse más en la pobreza y menos en los derechos de la población LGTBIQ+.

Y si, considero la pobreza material uno de los mayores crímenes contra la vida. Y mientras no tengamos políticas de mayor protección frente a la pobreza no podremos realmente defender la vida. Por eso sorprende que, en lugar de garantizarse mejores derechos laborales y salariales para los trabajadores del campo, estos sectores apoyen nuevas exoneraciones tributarias a los empleadores.

Pero también corresponde hacer hincapié en que las personas que más mueren de SIDA o de otras complicaciones vinculadas al VIH son las personas con identidades y orientaciones sexuales diversas. Que estas poblaciones son asesinadas a golpes -como ocurrió hace unos días en Colombia- sólo por ser y existir. Que cerca de 8 de cada 10 personas trans viven en extrema pobreza u obligadas a ejercer trabajo sexual, porque nadie les da trabajo, para subsistir. Para no morir de hambre. ¿no es a acaso defender sus derechos una forma de defender la vida?

Insistiré entonces en defender la vida como cosa plena. Defender la vida como un derecho, como una trinchera. Defender la vida, también de los “provida”.

Paula Távara

Politóloga, máster en políticas públicas y sociales y en liderazgo político. Servidora pública, profesora universitaria y analista política. Comprometida con la participación política de la mujer y la democracia por sobre todas las cosas. Nada nos prepara para entender al Perú, pero seguimos apostando a construirlo.