Un ministro de Educación arengando “que viva el autismo”.
El alcalde de lima gritando “Váyanse al car**o con su estabilidad jurídica”.
Un defensor de la policía diciendo que “los choferes de combi no ganan suficiente para ser extorsionados”.
Sendos partidos políticos al borde del desmayo porque las mujeres trans tienen vejiga.
Los miembros de un grupo violentista que se hace llamar ‘Los Combatientes’ haciendo el saludo Nazi y hablando de libertad, todo junto y revuelto.
Hace una década o dos esto quizás hubiese sonado a narrativa distópica, una sátira peruana. Nuestra democracia nunca fue boyante, pero el país vivió mejores días.
Ahora, sin embargo, conforme pasa el tiempo y observo a nuestra fauna de protagonistas políticos, más resuenan en mi cabeza las palabras de la filósofa catalana Marina Garcés “podemos decir hoy que estamos, en el planeta entero, en tiempos de antiilustración”. Perú, por cierto, no escapa a esta situación.
Mientras que hasta hace no mucho los gobiernos y los políticos en sus planes de gobierno valoraban el saber y promovían la educación no sólo como un derecho sino con objetivos aspiracionales para ciudadanas y ciudadanos, hoy por hoy parece ser que gobernantes y políticos se jactan más de su obcecadez que de su capacidad de análisis y entendimiento.
De hecho, no hace mucho el vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance, espetó que “los profesores son el enemigo”.
Daniel Innerarity, filosofo vasco, ha señalado bien que “buena parte de las extremas derechas (Trump, Milei, Orbán, especialmente) hacen gala de un profundo sesgo antiintelectual, que se manifiesta en desprecio hacia la ciencia y desconfianza en las universidades. Son también objeto de esta hostilidad aquellas instituciones que, como la Organización Mundial de la Salud o la Corte Penal Internacional, aúnan saber experto y dimensión global.”
Sospecho que el maestro Innerarity no conoce a nuestros políticos de extrema derecha, (y es probable que nadie le ha llamado, aún, ‘caviar’) pero de conocerlos seguro les sumaría a esta calificación.
No es cosa solo de políticos, claro está. A menudo se habla respecto de cómo las tecnologías de la información nos han llevado a contar con tanto conocimiento disponible que muchas personas pueden sentirse apabulladas por ello, y a abrazar supuestas “verdades” por su sencilles dogmática.
Pero hasta ahí, la preferencia de la ignorancia frente al saber es eso, del dogma frente a la ciencia o la investigación, son una elección personal.
Sin embargo, hoy el rechazo al conocimiento no se trataría solo de “la resistencia irracional hacia el conocimiento propia de las sociedades tradicionales” sino que hoy alcanza a una dimensión de cuestionamiento incluso de la misma idea de racionalidad.
La gravedad de este momento antiilustrado se haya, señala Garcés, en que “la antiilustración no es un estado, es una guerra”.
Los políticos antiilustrados no se bastan con exponer su ignorancia supina ante sus electores o los medios de comunicación, sino que han declarado la guerra a todo aquello que suene complejo de entender, aún si existen evidencias, datos, ciencia o argumentos de razón para aceptarlo.
La guerra antiilustrada, que gustan denominar batalla cultural, tiene más de un plano de actuación.
En el campo de la política electoral, dice Garcés, “crece el deseo autoritario que ha hecho del despotismo y de la violencia una nueva fuerza de movilización”.
Quizás valga la pena que recordemos aquí quiénes fueron los primeros en gritar fraude, en buscar la remoción de un presidente democráticamente electo, de hablar de que tendría que correr sangre. Quizás valga la pena recordar quienes aplaudieron las masacres de la señora Boluarte y la han sostenido hasta ahora en el poder mientras transforman las reglas de juego para asegurarse el triunfo en la próxima contienda electoral.
En el plano cultural, “triunfan las identidades defensivas y ofensivas”. Para Garcés en Europa esto está representado en la cristiandad blanca y la islamofobia. En nuestro país, donde cristianos católicos y evangélicos suelen convivir con relativa cordialidad, el enemigo ha tomado la forma de “ideología de género” y homo-lesbo-transfobia.
Entender la diferencia entre identidad de género y preferencia sexual no es algo tan difícil si uno se atreve a al menos abrir las páginas de un libro al respecto. Sin embargo, cada día vemos más y más discursos de odio provenientes de la ignorancia más supina.
Hace no muchos días una señora que se dice reportera agredió a la congresista Susel Paredes con esta ignoracia. ¿Por qué pudo esta persona actuar con tal violencia? No porque tuviese una credencial de prensa, sino porque tenía consigo el respaldo de actores políticos que piensan como ella y la empoderan a actuar de esa forma. Están en guerra y pretenden disparar a matar.
Frente a la política de la antiilustración, que es la del autoritarismo y el odio, Garcés propone una movilización de “ilustración radical”, un “combate contra la credulidad y sus correspondientes efectos de dominación”. O, como he dicho antes en estas páginas, que dejemos de mirarles desde un pedestal cual si fuesen cuatro locos y empecemos a responder articuladamente “no les creemos”.
Yo no les creo.
Politóloga, máster en políticas públicas y sociales y en liderazgo político. Servidora pública, profesora universitaria y analista política. Comprometida con la participación política de la mujer y la democracia por sobre todas las cosas. Nada nos prepara para entender al Perú, pero seguimos apostando a construirlo.