Camiones enormes circulando en cualquier horario, mototaxis suicidas, enjambres de motos “lineales” ahogándonos, buses, combis y custers que paran en cualquier lado y nos ahogan más, colectivos informales y malandrines, taxis dueños de la ciudad, autos particulares que pretenden superar todo lo anterior, más por la fuerza que por la razón. Peatones y ciclistas salvajes que, amparados en ser los eslabones más débiles de esta cadena trófica, se portan igual o peor que los motorizados. Hemos normalizado que los conductores pierdan hasta 155 horas anuales, casi una semana, dentro de sus vehículos, según un reciente estudio de TomTom traffic Index que nos coloca en la cima mundial. Récord mundial en caos. Esto, sin contar por lo menos el doble de horas al año, unas 360, que pierde la gran mayoría que utiliza el transporte público. Al margen de las causas y soluciones de este pandemonio, no cabe duda, el tráfico peruano, y particularmente el limeño, es un espejo bastante crudo y realista de ciertos aspectos transversales a nuestra sociedad a los que pareciéramos estar sentenciados:
El individualismo exacerbado: Cada conductor parece estar inmerso en su propia burbuja, donde llegar a su destino es la prioridad absoluta, a menudo a expensas de los demás. El "yo primero" se manifiesta en los cambios de carril abruptos sin señalizar, en meter el carro a la fuerza en un embotellamiento, en bloquear intersecciones solo para avanzar unos metros. Es como si las normas fueran solo sugerencias opcionales que cada uno interpreta a su conveniencia. Pagan pato quienes se trasladan en transporte público, por supuesto, porque no tienen armas en esta guerra. Se trata de la ley del más fuerte.
-El irrespeto por las normas: Las señales de tránsito, los semáforos, las líneas de carril... a menudo son solo adornos en el paisaje urbano. Saltarse la luz roja, estacionarse en doble fila (o triple), invadir el carril contrario, todo esto es parte del "folklore" del tráfico limeño. Esta falta de adherencia a las reglas básicas de convivencia vial refleja una dificultad más profunda para respetar las normas en otros ámbitos de la vida social, vale decir, una cultura, una idiosincrasia de la informalidad y la depredación. La impaciencia y la dificultad para ceder el paso que vemos en el tráfico pueden trasladarse a otros espacios públicos, como colas en bancos o supermercados. La tendencia a "ganar" o buscar el beneficio propio inmediato se manifiesta en la dificultad para respetar turnos o considerar las necesidades de los demás. Ingresar a una bodega y pedir los precios de algún producto, por ejemplo, sin importar que el bodeguero esté atendiendo a las personas que llegaron antes.
- La "viveza criolla" mal entendida: A veces, estas actitudes se justifican bajo la etiqueta de "viveza criolla", una supuesta habilidad para sortear obstáculos y obtener ventajas. Sin embargo, en el contexto del tráfico, esta "viveza" se traduce en egoísmo y falta de empatía hacia los demás usuarios de la vía. Es más, este “criollismo” trasciende hasta la salud mental. Me explico, muchos conductores con problemas de autoestima intentan sentirse más poderosos o importantes imponiéndose a otros en el tráfico. Esto se manifiesta en comportamientos como cerrar el paso, tocar el claxon de forma insistente, insultar a otros conductores o peatones, y en general, mostrar una actitud agresiva y dominante. La necesidad de sentirse "exitoso" o "superior" lleva a algunos conductores a infringir las normas de tránsito de manera deliberada para avanzar más rápido o "ganarle" a los demás y sentir que ellos sí pueden. La sensación de haber "vencido" al sistema o a otros conductores proporciona insanas gratificaciones momentáneas. Para algunos propietarios de vehículos particulares, pero, también para los conductores que manejan autos caros o muy grandes como buses o camiones, el automóvil puede convertirse en una especie de extensión de su identidad y de su valía personal. Abusar de las "ventajas" que perciben de su vehículo (tamaño, potencia) para intimidar o menospreciar a otros usuarios de la vía (peatones, ciclistas, conductores de vehículos más pequeños) suele ser una forma de sentirse superiores y las vías le dan la “gran oportunidad”.
-Actitud frente la Autoridad: La manera en que se percibe y se responde a la autoridad en el tráfico (a veces con resistencia o desafío) es un reflejo de actitudes más amplias hacia las instituciones y las figuras de autoridad en otros ámbitos de la sociedad.
Hay más, pues estos rasgos identitarios se trasladan también a nuestra política, me explico otra vez: la sensación de que en el tráfico "si no me abro paso, nadie lo hará", la necesidad urgente del “atajo”, refleja una desconfianza en el sistema y en los demás conductores y una oda al cortoplacismo. En la política, esta desconfianza se manifiesta en la dificultad para construir consensos, formar coaliciones estables y trabajar de manera colaborativa por el país. La competencia constante y la polarización parecen ser la norma madre, la carta magna. El caos del tráfico es también un síntoma de la falta de una planificación urbana y de transporte integral. De manera similar, la política peruana a menudo adolece de una falta de visión estratégica a largo plazo, con cambios constantes de prioridades y una dificultad para implementar políticas de Estado consistentes. Así como algunos conductores abusan de su vehículo para imponerse a otros más vulnerables en el tráfico, en la política se pueden observar casos de abuso de poder, donde quienes están en posiciones de autoridad no consideran las necesidades o el bienestar de la población. Las dinámicas disfuncionales del tráfico también se reflejan en la política peruana. En lo que somos: buscadores del beneficio individual o de grupo por encima del bien común, la flexibilidad con las normas y la impaciencia por resultados inmediatos que son rasgos que pueden verse tanto en el tráfico como en la esfera política.
Como vemos, nuestro tráfico infernal de todos los días puede ser visto como un microcosmos de la sociedad peruana. Un tráfico caótico y poco cooperativo delata un sentido de comunidad débil o una falta de solidaridad entre los ciudadanos.
Si bien el caos del tráfico limeño no define a cada individuo, sí pone en evidencia desafíos importantes que tenemos como sociedad en cuanto a la cultura cívica, el respeto por el otro y la internalización de las normas.
En el infernal tráfico limeño, cada uno parece tocar su propio instrumento sin prestar atención a la melodía conjunta. Eso somos.
.
.
René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.