La administración del presidente de los EEUU, Donald Trump, destaca constantemente por su enfoque agresivo y, en la mayoría de los casos, imprudente hacia el comercio internacional.
Uno de los episodios más notables de esta política fue la aplicación de aranceles a varios países, incluido Perú, a pesar de que este país sudamericano había celebrado un tratado de libre comercio con la economía estadounidense.
Esta decisión, más parecida a un acto de bravuconería insensata que a una estrategia comercial bien pensada, desató una ola de críticas tanto a nivel nacional como internacional.
Imponer aranceles a un socio comercial con el que se había acordado un marco de cooperación económica no solo contradice los principios básicos del libre comercio, sino que también pone en riesgo las relaciones diplomáticas y comerciales que se habían construido a lo largo de los años.
Como era evidente, esta situación iba a generar la presión suficiente para que la administración Trump se vea obligada a dar marcha atrás en su decisión.
Si bien solo la ha suspendido por 90 días, lo que muestran estas idas y vueltas es que la lógica detrás de sus aranceles es insostenible.
De acuerdo con datos del Gobierno federal de los EEUU, solo en 2024, la economía estadounidense importó 438.900 millones de dólares de China, lo que representa aproximadamente el 13,4 % de todas las importaciones de bienes de su país. Por otro lado, en el mismo periodo, China importó 143.500 millones de dólares de EEUU.
Este conflicto se ha intensificado, con tarifas que no solo afectan a las empresas chinas, sino también a los consumidores y productores estadounidenses, quienes enfrentan precios más altos y un mercado volátil.
El amago de guerra comercial con China, en particular, parece ser un callejón sin salida. A medida que ambos países se imponen aranceles mutuamente, el daño se extiende más allá de sus fronteras, lo que afecta cadenas de suministro globales y crea un ambiente de desconfianza que puede tardar años en repararse.
En lugar de avanzar hacia un comercio más justo y equilibrado, la administración Trump parece atrapada en un ciclo de confrontación que no beneficia a ninguna de las partes involucradas.