La trascendencia del primer papa latinoamericano en la historia de la humanidad es innegable. Su liderazgo no se reduce a tan solo su pontificado, sino a su historia de vida, la cual, desde diferentes roles, ha procurado ser coherente con el mensaje más fundamental del evangelio: el amor.
Jorge Mario Bergoglio, conocido mundialmente como papa Francisco desde el 2013, es el latinoamericano más importante en lo que va del siglo XXI. Su elección, en un momento complicado de crisis eclesial, fue un bálsamo para la espiritualidad y la ética en todo el globo.
Francisco reformó a la institución más longeva de la civilización humana. Desde el momento uno de su gobierno papal, incorporó diversas interpelaciones a las estructuras de poder que habían sido protagonistas de escándalos de corrupción y pederastia que nunca buscó acallar.
Como prueba fehaciente de esa determinación profética, dirigió los procesos de investigación a la organización pseudorreligiosa que estaba acusada de cometer abuso físico y de consciencia contra menores y mujeres. Como fruto logró la supresión del Sodalicio de Vida Cristiana y la reparación —aunque naturalmente insuficiente— a las víctimas de violencia.
Francisco es hijo de América Latina. Y como tal, supo introducir al debate público internacional problemas que afectan de distinta manera a quienes habitamos los pueblos del Sur Global. Su logro más notable fue la colocación del problema ambiental como parte indivisible de la fe cristiana.
Así, en su encíclica Laudato si acuñó el término Casa Común para referirse a la naturaleza que rodea al ser humano y que es fuente de vida que la humanidad debe custodiar. Fue desde la selva peruana, en Puerto Maldonado, en 2018, donde Francisco convocó al primer sínodo panamazónico que puso en la agenda mundial la necesidad de sumar voluntades en el cuidado de la ecología integral.
Por el ejemplo que practicó en cada símbolo de desprendimiento y humildad. Por cada grito que exigió justicia ante los abusos de los poderosos que generan hasta hoy violencia, guerras y muerte. Por no claudicar en la certeza de que hay motivos suficientes para no perder la esperanza. Por procurar la inclusión de los marginados y descartados por la sociedad.
Francisco, papa de los pobres, gracias.