Particularmente preciso y claro el análisis sobre la guerra arancelaria publicado en la última edición de The Economist. Muestra cómo los “misiles” lanzados por la Casa Blanca contra China (y el mundo), lejos de debilitar completamente a su rival, está generando un reacomodo estratégico, que abre nuevas oportunidades para el gigante asiático. Escenario que no es neutro ni ajeno para países como el Perú.
Muy por el contrario. La tal “guerra” está operando como un llamado de atención para repensar el lugar de cada cual en el mapa geoeconómico del siglo XXI. Lo que es útil y bueno.
Y es que China no solo es el principal destino de nuestras exportaciones, con cerca del 35% del total. EE.UU., en comparación, representa apenas el 16% del destino de nuestras exportaciones. Más allá de ello, el hecho es que, a estas alturas, China se ha convertido en un socio estructural para la inversión productiva y en infraestructura en función del desarrollo nacional.
Este despunte de China, revela más que una estadística comercial. Muestra el giro profundo que ha tenido la inserción internacional del Perú en las últimas décadas. Especialmente tras el auge de las exportaciones mineras y, más recientemente, del sector agroexportador que tiene hoy en China a un ávido comprador.
Pero esta relación no puede -ni debe- limitarse a una lógica mercantil, extractiva ni girar monotemáticamente en torno a precios de commodities. La gran tarea para el futuro consiste en transitar de esa articulación comercial a una sustantiva alianza productiva, tecnológica y geopolítica de nuevo tipo.
Durante mi gestión como Canciller del Perú en 2002, la visita oficial a la República Popular China que tuve el honor de llevar a cabo, acompañado de una delegación de empresarios, particularmente agroexportadores, tuvo con un objetivo claro: abrir mercados para los productos agropecuarios peruanos. En ese entonces, la relación bilateral estaba en un punto inicial de expansión. Pero ya había signos claros de que podía consolidarse como una plataforma de cooperación estratégica en múltiples niveles superando el monotemático patrón de un Perú exportador de hierro, cobre y harina de pescado.
Uno de los puntos más significativos de esa visita oficial fue el Foro Empresarial Binacional, que reunió por primera vez en la China a empresarios de ambos países en torno a una visión común: convertir a Perú en un socio confiable, estable y dinámico en la región andina y el Pacífico sur. Se fortaleció la presencia nacional abriendo un importante consulado en Shangai y un banco peruano abrió la primera agencia de un banco nacional en la China. Saliendo, pues, del monotemático patrón.
Hoy, más de dos décadas después, el puerto de Chancay, construido con inversión china, es la más notable manifestación física de esa visión. Se puede -y debe convertir- en la vía de enlace de Sudamérica hacia la China y otros países del Asia. Sin embargo, no puede ni debe ser el final del camino. Es sólo el punto de partida.
En ese orden de ideas un hecho de enorme relevancia para el comercio portuario es el actual -y crucial- desempeño de China en la producción de buques comerciales de alto tonelaje. Así, China le ha sacado varios cuerpos de ventaja a EE.UU. en la construcción de buques para contenedores. Los que pueden cargar 24,000 TEUs (contenedores) que se fabrican ahora en China, además, cuestan lo mismo que los más modestos de 3,000 TEUs de fabricación estadounidense.
Así como China ha despuntado en la producción de esos gigantescos buques, la logística de un puerto como el de Chancay es particularmente apropiada para un uso efectivo y cotidiano de esos gigantescos navíos. Por lo tanto, disponible para un aprovechamiento sostenido -y sostenible- no sólo para y por el Perú.r
Ver a Chancay, pues, como un futuro nodo de una red mayor. Que debe extenderse hacia otras áreas: tecnología, educación, infraestructura digital, energía verde y cadenas de valor sostenibles. Y que debe avanzar con una estrategia que también venga desde el Perú, con visión de largo plazo, según lo que el país necesite.
La guerra arancelaria actual afecta a China. Pero la respuesta del gobierno de Xi Jinping ha sido clara y afirmativa: fortalecer su autosuficiencia tecnológica, diversificar sus socios comerciales y consolidar su liderazgo industrial. Las "fortalezas desconocidas" que describe The Economist —desde la innovación en inteligencia artificial hasta el dominio en vehículos eléctricos y tecnologías de baja altitud como los drones— son señales de un país que ha dejado de ser la fábrica del mundo para convertirse en uno de sus centros de innovación.
Y ese giro ofrece oportunidades importantes. A medida que EE.UU. levanta muros, China debe tender puentes, buscando no solo exportar productos sino invertir en capacidades productivas de sus socios. En otras palabras, está a la vista que China ya no solo quiere vender hacia el mundo, sino producir con el mundo. Esa parecería ser la verdadera apuesta de futuro.
Estas tendencias nos obligan a pensar el futuro de la relación con China —y con Asia en general— con visión estratégica y políticas de Estado. Pues no se trata simplemente de mejorar la balanza comercial, sino de posicionar al país activamente en la nueva arquitectura global que ya está en marcha.
En esa línea, se puede delinear cinco ejes clave de acción:Diversificación productiva con integración a cadenas de valor asiáticas.
No basta con exportar más. Debemos exportar mejor y con más valor agregado. La articulación con empresas chinas puede facilitar el desarrollo de capacidades en sectores como alimentos procesados, productos farmacéuticos, textiles “inteligentes” y tecnología agrícola.
Transferencia tecnológica y formación de talento
Es clave negociar acuerdos que no se limiten al comercio, sino que incluyan programas de formación profesional, cooperación universitaria, investigación conjunta y transferencia de conocimiento. Se necesita que las inversiones lleguen acompañadas del fortalecimiento de capacidades locales.
Infraestructura para la integración regional
El puerto de Chancay debe ser solo el primero de varios proyectos. Perú puede convertirse, primero, en un hub logístico entre Sudamérica y Asia-Pacífico, pero eso requiere conectar el puerto con la sierra y la selva, con corredores logísticos modernos, sostenibles e inclusivos. Además, la zona de Chancay debe ser un polo de desarrollo y de inversión y no un mero punto de tránsito de camiones de carga. Y deba apuntar a ser un espacio para locales e inmigrantes, algo de lo que aún se carece dada la total ausencia/inoperancia del Estado en este aspecto.
Alianzas público-privadas con visión de futuro
Los sectores público y privado deben trabajar con una agenda común de largo plazo. Que combine estabilidad regulatoria con incentivos estratégicos para sectores de frontera. No se trata de atraer “cualquier” inversión, sino la que construye soberanía productiva.
Inserción diplomática proactiva en Asia y en la Nueva Ruta de la Seda
La pertenencia del Perú en la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) es muy importante. Y no puede ser sólo simbólica. El Perú está llamado a actuar con voz propia y visión nacional, proponiendo proyectos, buscando financiamiento para infraestructuras verdes, y posicionando más vigorosamente a la diplomacia como puente entre Sudamérica y Asia.
No se puede seguir viendo a China, pues, sólo como “el gran comprador”. Debe ser vista como el socio con el cual construir una nueva etapa de desarrollo nacional, más inclusiva, innovadora e integrada al mundo. Eso implica no solo adaptar la capacidad exportadora a la demanda china, sino transformar el “modelo” de desarrollo para aprovechar esa articulación.
La coyuntura internacional —aunque compleja— ofrece una ventana de oportunidad. Pues una segunda ola de globalización está en curso. Acaso, más fragmentada, digital y disputada. Pero en ella, países como el Perú pueden jugar un papel relevante si actúan con claridad estratégica y audacia política.
Como lo señala The Economist con aleccionadora precisión:
“A medida que Estados Unidos levanta muros, China tendrá la oportunidad de restablecer las relaciones comerciales en todo el mundo, ofreciendo invertir en la industria manufacturera de los países socios, en lugar de inundarlos de exportaciones”.
La clave está, pues, no en esperar a que las oportunidades “lleguen”. Sino salir a construirlas activamente. Con visión. Con Estado. Y con una diplomacia que entienda que los acuerdos del presente son las plataformas del futuro.
Apuntar hacia eso. Y hacerlo ya.
Abogado y Magister en derecho. Ha sido ministro de Relaciones Exteriores (2001- 2002) y de Justicia (2000- 2001). También presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Fue Relator Especial de la ONU sobre Independencia de Jueces y Abogados hasta diciembre de 2022. Autor de varios libros sobre asuntos jurídicos y relaciones internacionales.