Emparejarse alude a igualarse, a alcanzar los mismos niveles, dimensiones y características. ¿Ocurre eso cuando se forman las parejas? ¿Quiénes se parecen se emparejan? Uno puede diferenciarse en muchos aspectos de su futura pareja. Puede ser en los niveles de educación, de ingresos y patrimonio, pero también en su aspecto físico, como por ejemplo el color de la piel, la etnicidad, la talla, la belleza ¿tienden a emparejarse personas que tenían estatus socioeconómicos similares antes de unirse, o más bien se emparejan los que tienen condiciones económicas o estatus sociales ya parejos? Parejas disparejas apuntaría a que ninguna de las características mencionadas es un obstáculo y que la unión por amor ha logrado superar esas vallas, reconocidos como tales por las normas sociales.
Aunque las parejas de famosos futbolistas y vedettes que se hacen y se deshacen a punta de ampays ocupan páginas enteras en los diarios populares y programas con alto rating, la formación de parejas en Perú no ha recibido ninguna atención por parte de los estudiosos de las condiciones de vida. Sin embargo, este es un tema recurrente en las telenovelas que siguen un patrón invariable en donde el amor siempre triunfa al final y por encima de todas las barreras que emanan de las diferencias en la pareja. Típicamente, se trata del romance de parejas que un abismo social y económico separa. Así, en las telenovelas se declinan al infinito variantes de historias similares. La guapa hija de la empleada en una gran hacienda se enamora del hijo del terrateniente, pero éste ya está comprometido para casarse con la hija del terrateniente vecino, cuyas tierras unidas permitirán evitar la quiebra al padre del novio. Ese matrimonio arreglado y por interés es rechazado por el hijo, quien se prenda de la hija de la mucama. Aquí un desenlace feliz es el triunfo del amor por encima de todo. Una variante es un desenlace trágico (versión telenovela turca): cuando parece haber triunfado el amor por encima del interés material, se descubre que la joven es la hija ilegítima del patrón con la empleada y que, por lo tanto, los enamorados son en realidad medio hermanos. Ambos terminan suicidándose (con racumin en la versión peruana de la telenovela).
Durante la época colonial un rígido sistema de castas definía y jerarquizaba las parejas y sus hijos según las distintas combinaciones posibles entre los distintos grupos étnicos identificados como tales por el poder virreinal. En el famoso cuadro pintado durante el Virrey Amat, se ilustra las distintas combinaciones de matrimonios interétnicos. Los vástagos de la unión entre un indígena y un negro eran llamados “zambos” aquellos hijos de mulato e indígena son llamados “chinos”, etc. Desde entonces mucha agua ha discurrido bajo el puente del río Rímac y los jóvenes de hoy tienen mayor libertad para elegir su pareja. Sin embargo, dicha libertad es en buena parte aparente en la medida que no cualquiera se empareja con quien quisiera. Algunos, menos agraciados por la naturaleza, tendrán que rebajar sus expectativas, como otrora decía doña Eduviges Matusalén (Jesús Morales) en su celebrado sketch: “San Antonio bendito, mándame un novio, aunque sea feito”.
Cuando las parejas comparten las mismas características socioeconómicas o étnicas, esto se conoce como homogamia. Este es el caso si se unen dos personas con niveles de ingresos similares. Este fenómeno tiende a acentuar las desigualdades entre los ingresos promedio de los hogares al mismo tiempo que la desigualdad entre trabajadores (casados o concubinos) puede disminuir. Para comprobar este hecho habría que poder observar los ingresos de cada persona antes de que se forme la pareja, información por ahora no recogida en las encuestas. Utilizar los ingresos de todas las actuales parejas es inadecuado pues reflejará las trayectorias laborales descendentes que el trabajo doméstico impone en las mujeres en pareja, particularmente en el cuidado y educación de los niños. Una manera de atenuar este sesgo es limitando el análisis a las parejas jóvenes.
Nuestras estimaciones revelan una baja homogamia por ingresos ya que solo alrededor de uno de cada diez jóvenes en pareja pertenecen al mismo decil de la distribución de los ingresos que su pareja; dada la concentración de los ingresos rurales en los deciles más bajos de la distribución, la homogamia de ingresos en los hogares rurales es más baja que en los hogares urbanos (9.3% vs.14.5%). Para siete de cada diez mujeres el estar en pareja significa una ascensión económica, pero al mismo tiempo un gran desequilibrio que frena su empoderamiento en el hogar. La baja homogamia se debe en parte a la segregación ocupacional que relega a las mujeres a las ocupaciones menos remuneradas, a su inserción precaria en el mercado laboral y a la discriminación que sufren las mujeres asalariadas. Una ilustración de la segregación profesional es que tan solo alrededor de un tercio de las parejas comparte el mismo grupo profesional. Influye también que para casi un tercio de mujeres el esposo o conviviente es de mayor edad. Como consecuencia de las importantes brechas de género en los ingresos, los índices de desigualdad entre hogares resultan inferiores a los de las personas consideradas independientemente de su relación de pareja (Gini de 0.446 vs. 0.509).
La expansión de las universidades y el creciente cierre de brechas en el acceso de las mujeres al nivel de educación superior ha resultado en un elevado nivel de emparejamiento de niveles educativos en las parejas. Hay una fuerte homogamia educativa pues siete de cada diez parejas comparten el mismo nivel educativo. Otras de las dimensiones en las cuales las parejas muestran un alto grado de emparejamiento son el grupo étnico con el cual se identifican (8 de cada diez son del mismo grupo étnico) y el lugar de nacimiento. Más de la mitad comparten el departamento de nacimiento y el residir en el mismo distrito donde nacieron.
Más de la mitad de las personas en pareja se declaran mestizas, lo cual podría significar que las diferencias étnicas no fueron para ellos un obstáculo y que por consiguiente el racismo basado en los orígenes étnicos es un problema cada vez menor. ¿El Perú sería el país de “todas las sangres” en donde cada vez más prevalece una “democracia racial” en la que “quien no tiene de inga tiene de mandinga”? Curiosamente, las mujeres a quienes la sociedad les asigna un estatus étnico superior tienden a emparejarse con hombres de mayores ingresos, pero de “menor” estatus étnico, lo cual podría significar que existe un intercambio de estatus étnico contra estatus económico.
Los que tienen menos de “inga y mandinga” siguen beneficiando de un rédito que les permite acceder a un estatus económico superior al que tenían antes de formar pareja. Ello significaría que el estatus étnico tiene un valor monetario y que el mestizaje refleja en parte la existencia de discriminación. A manera de ejemplo estereotipado podríamos citar casos anecdóticos de afortunados futbolistas (en su mayor parte auto identificados como afrodescendientes, quechuas o mestizos) que tienden a formar pareja con bellas mujeres mestizas o auto identificadas como blancas. Si quieres que San Antonio bendito te envíe un(a) novio(a) rico(a) es mejor que tú seas bonita(o).