Paul Krugman, premio Nobel de Economía (2008), es reconocido por su calidad como investigador por sus brillantes análisis sobre los patrones de comercio, la localización de la actividad económica y la teoría del comercio internacional.
Sus conceptos tienen especial actualidad ahora, cuando Trump ha empezado su “guerra contra los inmigrantes” y a utilizar como “arma” política herramientas técnicas como los aranceles.
“Visto desde mi perspectiva de profesor, bloquear las importaciones de productos fabricados en el extranjero y deportar a los trabajadores nacidos en el extranjero son, en cierto modo, similares en sus implicaciones económicas. Pero los aranceles son cuestión de dólares y centavos; la represión de los inmigrantes es cuestión de personas”, sostiene Krugman.
Y como se trata de personas, es probable que la hostilidad de Trump hacia los inmigrantes cause mucho más daño humanitario e incluso económico que su política comercial. Hay en eso poco —o nada— de “técnico”, todo es político.
Y lo precisa Krugman: “En lo que respecta a la represión de los inmigrantes, ya estamos viendo las primeras pruebas de que la administración morderá más de lo que ladra (…) cualquier persona de piel morena correrá el riesgo de ser detenida, al menos temporalmente”.
Muy lejos de ayudar a la economía estadounidense, los “mordiscos” de Trump tendrían dramáticos efectos negativos en la producción y el comercio, como sostiene Krugman en The New York Times. La fuerza de trabajo de los inmigrantes es fundamental. Cancelar esos trabajadores sería un duro golpe, en particular en sectores de la economía como la agricultura o la construcción. No son un “adorno” o algo “extra”: los inmigrantes, incluso los indocumentados, constituyen la mayor parte de la mano de obra agrícola. Ocupan, pues, puestos difíciles de reemplazar con trabajadores locales.
Sin este grupo laboral, los costos de producción se incrementarán. Otros servicios, como la limpieza pública, también están usualmente a cargo de mexicanos o inmigrantes latinos.
Este asunto remite —o tiene que ver— con la película satírica A Day Without a Mexican (Un día sin mexicanos), dirigida por Sergio Arau (2004). La trama se centra en un incidente científico a partir del cual, de repente, todos los residentes mexicanos y de origen mexicano en California desaparecen sin explicación.
La película explora cómo la ausencia de estos trabajadores afecta, de improviso, a varios sectores. Muestra cuán fundamental es su trabajo en las labores que sostienen la economía y la vida diaria en California: alimentos, limpieza pública, cuidado de los niños, etc. Todo en torno a una serie de estereotipos que reflejan racismo y xenofobia.
Se estima que de 2 a 3 millones de inmigrantes trabajan en la agricultura en EE. UU. Entre el 50 y el 70 % son inmigrantes indocumentados y desempeñan funciones fundamentales en la agricultura, la ganadería y la construcción.
En un momento como el actual, en el que los estadounidenses (como todos los países del mundo) están molestos por la inflación que sucedió a la pandemia, así como por la creciente inaccesibilidad de vivienda, la represión de Trump contra los inmigrantes obstaculiza directamente la producción y la cadena de suministro de alimentos y de productos. Es decir, golpea en la médula.
“Expulse a esos trabajadores, ya sea mediante la deportación o la detención, o simplemente creando un clima de miedo, y observe lo que sucede con los precios de los alimentos”, advierte Krugman. O los de la vivienda, teniendo en cuenta que el 40 % de quienes trabajan en la construcción en Texas y California son inmigrantes. Nada menos.
Y a todo se suma el impacto de la guerra arancelaria que Trump ya inició, lo que viola los principios de libertad de comercio y las reglas adoptadas en la Organización Mundial del Comercio, que prohíben el uso político de los aranceles. Sin olvidar algo crucial: las expulsiones masivas están prohibidas por el derecho internacional.
La insostenible situación actual solo parece estar esperando una reacción para parar las pretensiones “trumpistas” de persecución y represión. A lo que se suman las amenazas imperiales de atacar Panamá para apropiarse del canal, en artera violación del derecho internacional.
Mientras tanto, el mundo y América Latina observan. Se siente que fuerzas diversas se preparan para reaccionar y actuar con el derecho internacional y la diplomacia, al servicio de reglas decentes en las relaciones internacionales y del respeto a la soberanía de los pueblos y de las naciones.
América Latina ha demostrado en el siglo XX capacidad de concertación y de acción conjunta. En la década de los ochenta hervía Centroamérica en la “guerra de baja intensidad”, lanzada por el presidente Reagan, propuesta esencial de Washington para procesar y manejar los conflictos armados internos en El Salvador, Guatemala y Nicaragua.
En ese contexto, algunos Gobiernos latinoamericanos “se pusieron las pilas”. Crearon el Grupo de Contadora, que fue decisivo en la pacificación centroamericana, propugnando —y facilitando— soluciones negociadas. Acuerdos de paz, más el activo papel de Naciones Unidas, permitieron voltear la página de camino al futuro.
El momento actual merece una semejante —y decisiva— acción latinoamericana concertada.
Abogado y Magister en derecho. Ha sido ministro de Relaciones Exteriores (2001- 2002) y de Justicia (2000- 2001). También presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Fue Relator Especial de la ONU sobre Independencia de Jueces y Abogados hasta diciembre de 2022. Autor de varios libros sobre asuntos jurídicos y relaciones internacionales.