Opinión

Corrupción, segunda naturaleza, por Mirko Lauer

"Como la especialidad de la corrupción es la simbiosis, y por eso se junta con la política, los negocios, la farándula o la burocracia, entonces vivimos con corrupción por todas partes, o al menos así nos parece".

Lauer
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La lucha contra la corrupción en el Perú tiene un lado perverso, en la manera como nos impone la esperanza de un triunfo definitivo. Más allá de las cifras en moneda, medida más bien en minutos de TV y centímetros de columna en los diarios, o en número de personas comprometidas, la corrupción no ha hecho sino aumentar en toda dirección.

La caída de la mafia fujimontesinista despertó la ilusión de un momento decisivo de tipo “Corrupción nunca más”, o por lo menos no tan fuerte y descarada. En muy poco tiempo el miedo se disipó y volvimos a ser informados acerca de corruptelas en altos cargos de la administración pública. Pero nadie pensó que el problema era permanente.

Desde entonces hemos aprendido a convivir con la corrupción a todo nivel, al extremo de que ella se ha vuelto una segunda naturaleza de lo público. Sin embargo, ese entusiasmo de cuando cambió el milenio todavía se mantiene: toda captura parece la primera y a la vez la última, y la corrupción nos sigue pareciendo un asunto de personas.

A estas alturas es razonable pensar que no hay forma de ganarle a la corrupción, en el mismo sentido en que parece imposible ganarle al narcotráfico. Pero quizás es una ilusión óptica. La cosa comenzó con un presidente y su asesor en los 90, y tres decenios después con Pedro Castillo, la cosa se mantuvo más o menos en el mismo lugar.

Es importante considerar que perseguir la corrupción se ha ido convirtiendo en una industria, que nos ha permitido conocer cada vez más y mejor la extensión de lo corrupto. Los esfuerzos han sido intensos y sinceros, pero en cierto modo contraproducentes, si el propósito ha sido erradicar este feo defecto de la personalidad nacional.

Como la especialidad de la corrupción es la simbiosis, y por eso se junta con la política, los negocios, la farándula o la burocracia, entonces vivimos con corrupción por todas partes, o al menos así nos parece. Tan omnipresente como su primo repugnante, el crimen violento, público o subrepticio, contra una población esencialmente indefensa.

Hay un paralelismo con la pobreza (como en “lucha frontal contra”). Creímos haber empezado a ganarle la partida en el decenio pasado, y ahora la tenemos de vuelta, creciendo como en los viejos tiempos.