El Estado de Derecho, tal como lo entendemos hoy en día, es relativamente reciente y aún poco asimilado por muchos gobiernos autoritarios que intentan revivir políticas proteccionistas y nacionalistas propias del siglo pasado.
La Comisión de Venecia ha dicho que el Estado de Derecho se fundamenta en la seguridad jurídica, en la legalidad, en órganos de justicia imparciales, en el respeto por los derechos y en la prohibición de arbitrariedades.
Este modelo, que prioriza las libertades civiles, económicas y políticas, es el que está siendo desafiado por las nuevas tendencias impulsadas por el gobierno de los Estados Unidos y que encuentran un eco particular en Perú, donde el alcalde de Lima y su partido se presentan como la caja de resonancia de esta corriente.
El incumplimiento de contratos, el desconocimiento de tratados internacionales, la identificación con el “antiglobalismo”, obviar las decisiones judiciales, desacreditar cualquier posición antagónica, defender ciertas vidas y solo un modelo de familia son las medidas que trazan para conducirnos al retroceso.
Lo que se busca es imponer una nueva relación en la sociedad, donde no todos somos iguales ante la ley, sino en la que coexisten poderosos frente a débiles, y donde prevalece el pensamiento único. Este modelo de dominación es precisamente el que algunos sectores intentan introducir en el Perú y en el que no hay espacio para los tratados ni la institucionalidad, que son vistos como obstáculos, desconociendo que es la forma en cómo han progresado las naciones.
Por este motivo, Trump coloca aranceles de forma arbitraria, busca desconocer las decisiones de la Corte Suprema y desliza la idea de su reelección por más que esté prohibida. Asimismo, a nivel doméstico, López Aliaga dice “al carajo la estabilidad jurídica”, monta su propio sistema de inteligencia y buscaría dejar el cargo por el que fue electo para tentar la presidencia.
A la luz de estos hechos, resulta evidente que el modelo que pretenden instaurar está mucho más cerca de las “pelotudeces democráticas” de Bermejo o del “me zurro en la Constitución” de Antauro, que de una supuesta derecha que pretenden encarnar. El camino a seguir es una derecha liberal, democrática y moderna, no una "renovación" de prácticas medievales.