Más allá del debate sobre si Donald Trump es el Mesías que hará América grande de nuevo, o el Anticristo que viene a arrasar con la democracia, o sólo un gigantesco fantoche naranja que se desinflará más pronto que tarde, lo que su triunfo electoral y consiguiente toma de mando ocurrida el lunes han dejado ver con nitidez es que estamos viviendo el Apocalipsis de la verdad y la demolición de la realidad.
Por lo mismo, ya se puede prever cuál será la marca de su naciente gobierno: el empeño de controlar a la masa -al punto de hacerla perder de vista la diferencia entre la verdad y la mentira, los hechos y las ficciones, la emoción y la razón- para lograr el poder absoluto, su objetivo mayor.
Es sin duda una nueva era en la que las armas no serán tanques ni misiles, sino la manipulación a gran escala. ¿Para qué? Para someter voluntades sin violencia alguna (Goebbels se pondría verde de purita envidia) y hacer que la gente ya no distinga los límites de la realidad, como ya se ve ahora con la multiplicación de terraplanistas, antivacunas y negacionistas de todo cuño. Es como si el frágil asidero de la masa con la realidad, la verdad científica y el pensamiento crítico se estuviera yendo al diablo.
No hay antecedentes históricos. Los intentos del nazismo y el estalinismo por controlar a las masas empalidecen ante esto. Tal vez sólo la genial “1984”, de George Orwell 1984, se le acerca. Como usted sabe, la trama trascurre en un mundo en el que la gente es condicionada a vivir una eterna disonancia cognitiva donde caben, como verdades, dos pensamientos absolutamente contrapuestos. Orwell llama a este proceso “Doublethink” (“doblepensar”) y es la gimnasia mental de sostener como verdaderas dos opiniones o creencias contradictorias, incluso contra la propia memoria o sentido de la realidad. Y eso está ocurriendo ya en la realidad.
Por eso es tan rotunda la imagen que muestra a Trump junto a los tres hombres que tienen en sus manos la información privada de gran parte de la humanidad. No, no se trata (solamente) de mostrarse como un gobierno de oligarcas -que lo son-, sino de una advertencia nada velada que podría rezar así: “Sabemos todo de ti como para controlar todos tus actos y pensamientos”.
Elon Musk, el excéntrico milmillonario de los paseos turísticos a Marte y los autos inteligentes, es fundamental en el plan, porque, desde su plataforma X, puede amplificar cualquier mensaje al infinito. Para eso, ha modificado los algoritmos de su red social para viralizar más a quienes le son afines y eliminado, además, todo filtro para detectar bulos, mentiras, fakes o deep fakes.
Pero el verdadero as de esta estrategia de imposición de la posverdad es Mark Zuckerberg -recién enganchado a la carroza trumpista-, no sólo por ser dueño de Facebook e Instagram (que suman más de cinco mil millones de usuarios: más del 60% de la humanidad), sino porque tiene en sus manos WhatsApp, ese servicio de mensajería instantánea por donde pasan todas las conversaciones de cada ser humano. Es allí donde se cocinan las teorías conspiranoicas más alucinantes y se divulga la mayor parte de fake news.
¿Y Bezos? Bueno, si bien Amazon no es una red social por la cual circulen opiniones o ideas, es una maquinaria gigantesca que ha logrado atontar al norteamericano promedio con el derroche descontrolado. Es el símbolo del más obsesivo consumismo que se haya visto en el mundo (más que sus contrapartes chinas, como Shein o Temu), porque, al afán “comprahólico” (“shopaholic”, en inglés), suma la posibilidad de la entrega instantánea. ¿Y qué mejor sujeto de manipulación que alguien enajenado por la dopamina del shopping ilimitado?
Entre los tres pueden convertir en realidad lo que Orwell describe en su grandiosa novela y que, sin duda, es el sueño de un Donald Trump que buscará perpetuarse en el poder y que, desde su narcicismo más afiebrado, piensa que es capaz de manejar la realidad a su antojo. Es decir, de convertirla en el universo de la posverdad.
Pero, ¿qué es la posverdad? El diccionario de Oxford la define como el fenómeno que se produce cuando "los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales". Por su parte, el filósofo, británico A.C. Grayling ha dicho que “Todo el fenómeno de la posverdad es sobre: 'Mi opinión vale más que los hechos'. Es sobre cómo me siento respecto de algo (…) Esto ha abierto la puerta, sin querer, a un tipo de política que no se hace problema con la (falta de) evidencia”.
Decir que la verdad, y no los migrantes, será la primera víctima del nuevo gobierno trumpista no es ninguna exageración. Las condiciones están puestas allí. Multitudes de personas se revuelcan en sus cámaras de eco, sin capacidad de oír opiniones contrarias a las suyas, basadas sólo en sentimientos y emociones.
Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo, advertía: “El sujeto ideal para un gobierno totalitario no es el nazi ni el comunista convencidos, sino el individuo para quien la distinción entre hechos y ficción, y entre lo verdadero y lo falso, ha dejado de existir”.
Bueno, pues, Trump tiene a media humanidad preparada para adorarlo como el Gran hermano. ¿Qué más puede pedir?
Periodista por la UNMSM. Se inició en 1979 como reportera, luego editora de revistas, entrevistadora y columnista. En tv, conductora de reality show y, en radio, un programa de comentarios sobre tv. Ha publicado libro de autoayuda para parejas, y otro, para adolescentes. Videocolumna política y coconduce entrevistas (Entrometidas) en LaMula.pe.