El loco anhelo de vivir en paz, por Jorge Bruce

ransitar por las calles de Lima o de cualquier otra ciudad del Perú, solo confirma el estado calamitoso de nuestra convivencia

Sería falso afirmar que el asesinato de 50 peruanos perpetrado por el Gobierno de Dina Boluarte, fue el inicio del periodo de profunda desesperanza en el que estamos sumidos los habitantes del Perú. Lo cierto es que ya veníamos cuesta abajo, pero esos crímenes marcaron un punto de inflexión. Fuimos notificados de que habíamos entrado en un periodo en el que la impunidad sería un factor determinante en nuestra vida social. Ya a nadie asombra noticias como la de esa madre de familia de 25 años, asesinada con siete balazos en Puente Piedra. El detalle de que intentó refugiarse en una bodega, añade un grado de horror a la noticia. Por un momento nos ponemos en su búsqueda desesperada por sobrevivir. Incluso podemos creer, por un instante, que podría salvarse. Aunque sabemos desde el inicio de que eso no ocurrió, nos aferramos a ese instante en que la joven intentó huir de sus asesinos.

Según el SINADEF, en lo que va de año se registran más de 80 homicidios. Confrontado con esta realidad mortífera, el ministro del Interior descreyó las cifras de esa institución. Lo cual es cierto: lo más probable es que haya un subregistro de homicidios. No es a eso a lo que se refería Santiváñez, por supuesto. El ministro se lanzó en una cínica intervención de desmentida de la macabra realidad, en particular de los peruanos más desprotegidos y vulnerables. Como los dos niños huérfanos a consecuencia del asesinato en Puente Piedra.

Mientras tanto, la Presidenta de la comunidad de Madrid, invitada por el alcalde de Lima, visita San Juan de Lurigancho y afirma que los habitantes de SJL “Viven sumidos en la pobreza, pero son alegres y amables”. Otra vez el discurso de la negación de la realidad violenta y desamparada, y del profundo desasosiego que embarga a las víctimas de esa situación de desamparo y terror. Esta visión romántica y simplista de la vida de los peruanos pobres (1 de cada 3), es obscena. Habría que pedirles su opinión a todos aquellos que viven a diario la extorsión de las mafias, el riesgo de morir de una bala perdida en unos transportes públicos inhumanos y el abandono en el que los deja la PNP.

Todo esto es lo que el alcalde López Aliaga intenta vanamente ocultar y distorsionar. La historia del Perú no se puede maquillar con gestos como los de volver a instalar la estatua de Francisco Pizarro, intentando restablecer el relato de una conquista que solo trajo civilización a unos pueblos atrasados. El fracaso representado por la incontrolable inseguridad de distritos como Puente Piedra o San Juan de Lurigancho, no se puede ocultar detrás de una estatua que se presenta como el triunfo de la hispanidad en sus antiguas colonias. La realidad es mucho más compleja: ni leyenda negra ni leyenda blanca.

En ese panorama desolador de pueblos abandonados a su triste suerte -ninguna alegría puede haber en la pérdida de derechos tan elementales como el de la vida-, necesitamos con vehemencia noticias que nos devuelvan un hálito de esperanza. Entonces leemos que es muy probable que se disuelva el Sodalicio. O que el festival de teatro de los estudiantes de la PUCP se realizará de todas maneras en marzo. Que el cardenal Castillo ha conminado al Ministerio de Cultura a no inmiscuirse en asuntos vinculados a la libertad de culto. Enviando un claro mensaje de que el Perú es un Estado laico, no una teocracia. No deja de ser irónico que sea el jefe de la iglesia Católica en el Perú quien ponga en su sitio al mal llamado ministerio de Cultura.

Tanto la noticia de la disolución del Sodalicio, otra organización que ha disfrutado de décadas de impunidad, como la de la reposición del festival de teatro estudiantil, de los pocos motivos que tenemos para reconfortarnos. Ambos anuncios nos permiten tener una pequeña luz en las tinieblas. Ese es el eslógan de la PUCP, mi universidad, y no puedo negar la consternación que sentí ante lo que era un acto de censura. Por eso el cambio resulta bienvenido para quienes pensamos que la libertad de expresión, como la de culto (palabra vinculada a la de “cultura”), son herramientas indispensables para la vigencia del contrato social.

El cual está profundamente venido a menos, por lo demás. Transitar por las calles de Lima o de cualquier otra ciudad del Perú, solo confirma el estado calamitoso de nuestra convivencia. Desde los asesinatos cotidianos y crecientes que demuestran la incompetencia e indiferencia tanto del ministro del ramo como del alcalde de Lima, hasta asuntos tan en apariencia banales como el tráfico caótico y violento. Los ciudadanos estamos en modo supervivencia y por eso no es extraño que muchos solo piensen en huir de este páramo cada día más inhóspito y hostil.

En esas condiciones, mantener el ánimo se convierte en un reto titánico. Casi todo invita al desaliento o incluso la depresión, que es un cuadro clínico, no un estado de ánimo. Sucede que vivimos en una realidad enfermante, en donde los discursos que pretenden desmentir la realidad, agravan el daño tanto social como en nuestro fuero interno.

De ahí se desprende que el anhelo de vivir en paz parezca, en este periodo nefasto de nuestra Historia, una locura. A saber, una lectura tan desfasada de la realidad como la de afirmar que quienes viven en SJL son pobres pero alegres. Con una diferencia sustancial: la visión de la presidenta de la comunidad de Madrid acomoda la realidad a una visión ideológica de extrema derecha. Mientras que el deseo de poder vivir en paz es una legítima aspiración sin color político, pese a que hoy se vea tan alejada.

Jorge Bruce

El factor humano

Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".