El abrazo de Nicolás Maduro con Daniel Ortega posiblemente sea la imagen más determinante del grado de descomposición en el que se mueve el régimen usurpador y los socios que lo acompañan en el resto del camino. Porque es evidente que se está llegando al fin de la era chavista y habrá que mantenerse vigilantes y solidarios con el hermano pueblo llanero en un momento particularmente difícil y peligroso.
Han transcurrido 26 años desde que Hugo Chávez ganó por primera vez las elecciones en Venezuela. A sus sucesivas reelecciones ahora se suma el tercer e ilegitimo mandato de Maduro. El primero fue una sucesión en la que Chávez-enfermo terminal- elegía a su delfín. En esta ocasión, ha roto todas las reglas mínimas para que se considere su elección como democrática. Ha incumplido los acuerdos de Barbados, ha bloqueado las candidaturas de loa líderes más reconocidos de la oposición, entre ellos María Corina Machado, quien ganó limpiamente las primarias de octubre del 2023 y por lo tanto, debía participar en el proceso electoral.
Ha perseguido y boicoteado la campaña de Edmundo Gonzalez, quien pese a todo se constituyó en el ganador de los comicios del 28 de julio pasado. Manipuló los resultados electorales para hacer que lo eligieran ganador con un tribunal electoral controlado por él y judicializó los resultados para no presentar actas electorales, con un sistema judicial también dominado por el chavismo.
Ha robado el triunfo y ayer consolidó el fraude al hacerse de un cargo que no le corresponde por derecho y por justicia. El escenario no es el mismo que cuando se eligió a Juan Guaidó. Ahora existen pruebas irrefutables del triunfo de Gonzalez y del caballazo organizado desde el poder.
Además se trata de un régimen corrupto, perseguido internacionalmente por su vínculo con el narcotráfico y que ha desafiado la ley y ha abandonado la Constitución. Maduro sabe que el fin se acerca y corresponde al mundo democrático hacérselo recordar siempre.