Opinión

Defensoría en peligro

Josué Gutiérrez recibe en su despacho a fascistas criollos agrupados en ‘La Pestilencia’.

Editorial
Editorial

En su primer día de despacho como defensor del Pueblo, Josué Gutiérrez recibió a un brazo del grupo fascista ‘La Pestilencia’, con quienes dialogó, como si se tratara de interlocutores válidos para la institución pública que representa y para la vigencia de valores democráticos, que es el objetivo máximo del cargo que está ocupando.

Esa reunión fue tras la gritería de ese grupo frente a la Defensoría, con las consabidas consignas y las agresiones verbales, en este caso a la propia institución, de la que señalaron que se trata de un “nido de caviares”, quienes, por tanto, debían ser eliminados de la nómina laboral.

Abrir las puertas a un conjunto de malvivientes, que han hecho de la violencia una forma de ganarse el pan, es descabellado, máxime por su pobre perfil profesional sin especialización en derechos humanos y además por la forma de ser elegido, únicamente debido al pacto oprobioso entre Cerrón y Keiko Fujimori. Lo único que corresponde en el caso del señor Josué Gutiérrez es reclamar que deje rápido el cargo, sin hacer más daño a la institución.

Dialogar con agresores que tienen no una sino 100 denuncias de autoridades, periodistas, artistas, políticos, a quienes ha tratado de atemorizar, vejar, afectar sus derechos a la privacidad y a la seguridad personal, ha transmitido un mensaje lamentable.

Gutiérrez perjudica a la Defensoría, daña su independencia y su misión de garante de las libertades y derechos democráticos. Él quiere destruir la institución, ya que es parte de una precaria alianza entre los extremos radicales de la derecha y la izquierda, unidas por una ambición común de control y cooptación de las instituciones públicas.

La falta de conocimiento sobre la Defensoría es ostensible al ponerse ayer a recorrer las riberas de los ríos, buscando afectados por las inundaciones y el dengue. También hacer mofa del alto perfil que demanda ese cargo al abrirle las puertas a los antivalores de la sociedad peruana, para darles legitimidad y representación, es sumamente grave.

Hay que mantener una extrema vigilancia sobre el peligro que se cierne sobre la Defensoría. Su rol no puede desdibujarse ni ponerse al servicio de un grupo que linda con lo delincuencial. La ciudadanía no debe permitir que una institución creada para su defensa frente a los abusos del poder sirva ahora para fines tan subalternos. Josué Gutiérrez no debería permanecer un día más en el cargo.