¿Qué será del libro en tiempos de la inteligencia artificial?
En tiempos en donde nuevamente se vuelve a cuestionar la continuidad del libro físico, el autor de la nota propone leer todo lo que se pueda antes de que llegue el final, si es que llega.

Escribe: Eduardo González Viaña
El mismo día, del mismo mes, de 1616, murieron Shakespeare, Cervantes y el Inca Garcilaso de la Vega. En su honor, cada 23 de abril se celebra el Día Internacional del Libro.
En diversos países, por esta fecha se obsequia a los amigos el ejemplar de una obra que prefieres. Por mi parte, les ofrezco a mis lectores Fahrenheit 451.
En esta novela de Ray Bradbury, una dictadura mundial ―necia como cualquier otra dictadura― ordena que se quemen todos los libros del planeta. A partir de la supuesta comprobación de que los libros hacen infelices a los hombres, ejércitos de bomberos incendiarios recorren las bibliotecas, saquean las casas y prenden fuego a todos los volúmenes escritos hasta que no quede uno solo.
Sin embargo, los resistentes ―un grupo de heroicos lectores― se encargarán de memorizar lo destruido. Un hombre será La Ilíada, una mujer se convertirá en La divina comedia, otros se aprenderán al pie de la letra El Quijote, Robinson Crusoe o las tragedias de Shakespeare. Por fin, su terquedad indómita salvará lo mejor que ha creado la especie humana, el libro, y contribuirá a la caída de los tiranos, porque los pueblos que conservan la memoria nunca pierden su libertad para siempre.
Ni parábola ni ficción. No para nosotros que hemos soportado, a través de los siglos, la extirpación de idolatrías, los crímenes de la Santa Inquisición, el saqueo de las bibliotecas, la censura, la quema de novelas, el delito de apología o el argumento fascista, repetido con disimulo, de que ciertos libros pueden ser muy peligrosos para la salud espiritual de nuestro pueblo.
Se odia al libro, a la misma palabra, como se aborrecen las expresiones “cultura”, “inteligencia” e, incluso, “derechos”.
“Cuando oigo la palabra cultura, saco la pistola”.
Se atribuye al ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, esta frase. En el Perú actual, hay personas que la pronunciarían a gritos, pero, desgraciadamente para ellos, no han leído muchos libros, no saben quién fue Goebbels y solo tienen en común aborrecer todo lo que huela a cultura.
En Lima, la última frase de brutalidad similar ha sido: “los derechos humanos son para las personas, no para las ratas”, pronunciada por Morgan Quero, el precario ministro de Educación, para disminuir a los ciudadanos acribillados en las protestas contra el gobierno actual.
“¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”, gritó por su parte el 12 de octubre de 1936 el general español José Millán Astray para incitar a sus mesnadas franquistas a despedazar a Miguel de Unamuno, el mayor filósofo del siglo XX.
De tanto escuchar estas consignas brutales, nos estamos olvidando de lo que es el libro.
Un libro es como la puerta que vemos en sueños. Caminamos con él a solas por el mundo y por la noche. Nos permite iluminar las habitaciones y los tiempos más sombríos. Nos instala en el universo confundidos entre los astros. Nos hace creer que esta y todas las noches estamos soñando el mismo sueño. Por fin, se abre y nos deja entrar a un número infinito de otras puertas y caminos.
En ese territorio discurren los anhelos y las ilusiones de los hombres. La comunidad humana convierte al libro en su desván de recuerdos y en el notario que habrá de transmitirlos de una generación a otra y a las otras para garantizar que habrá hombres y recuerdos por los siglos de los siglos hasta el día de la resurrección de la carne y la vida perdurable.
En el camino, o sea en la historia, la comunidad se hace “humana” porque el animal que lee se transforma en hombre, y este ser borra las fronteras entre los que viven y los difuntos, se traslada sin moverse a países prodigiosos y a historias adormecidas como la de Ulises que todo el tiempo continuará huyendo de los brazos eternos de la perversa Circe y navegando hacia la dorada Ítaca invisible.
El mismo día, del mismo mes, hoy, mañana y siempre, celebremos el libro. Alguien me ha dicho que, con el avance de la inteligencia artificial, el libro se va a acabar, y yo le respondo que eso es muy probable y que, por lo tanto, hay que salir corriendo todos los días para leer y escribir todo el tiempo que nos quede.