Una experta en biología revela por qué los humanos no somos tan peludos como otros animales
La investigadora María Chikina expone cómo los humanos, a pesar de tener los mismos genes de pelaje que otros mamíferos, presentan inactivaciones que permiten la adaptación al calor.
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Aunque el cuerpo humano conserva vello en ciertas zonas, comparado con la mayoría de los mamíferos, nuestra piel luce prácticamente desnuda. Esta diferencia, que ha intrigado tanto a científicos como al público general, ha sido abordada por la bióloga computacional María Chikina, profesora adjunta en la Universidad de Pittsburgh, quien ha dedicado su investigación a descubrir las causas genéticas y evolutivas detrás de esta característica humana.
Su análisis, publicado en The Conversation, profundiza en el estudio comparativo de los genomas de 62 especies de mamíferos, entre ellos perros, armadillos y humanos. El hallazgo principal es contundente: poseemos los mismos genes del pelo que nuestros parientes peludos, pero muchos de ellos están inactivos. Esta desactivación genética habría sido crucial para el éxito de nuestros ancestros en ambientes cálidos.

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Beneficios del pelo
El pelaje en mamíferos no cumple solo una función estética. Protege contra los rayos ultravioleta, evita heridas en la piel y actúa como aislante térmico. Además, permite a muchos animales camuflarse y hasta percibir estímulos del entorno gracias a sus terminaciones nerviosas. La biología del vello es una herramienta sensorial y de supervivencia.

Los humanos tenemos un sistema de refrigeración interno.
Aunque los humanos no tienen pelaje denso, sí desarrollan cabello grueso en la cabeza, una región vulnerable al sol. En zonas como las axilas y la entrepierna, el vello tiene un papel importante en la reducción de la fricción y en la regulación térmica, facilitando la evaporación del sudor. Esta característica, aparentemente trivial, ofrece pistas sobre la adaptación humana al calor extremo.

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¿Por qué los humanos perdieron su pelaje?
La pérdida de pelo en humanos comenzó hace aproximadamente siete millones de años, cuando los linajes de chimpancés y homínidos se separaron. Una de las teorías más sólidas sugiere que el cambio fue una ventaja para disipar el calor corporal a través del sudor. A diferencia de otros mamíferos, los humanos cuentan con entre 2 y 4 millones de glándulas sudoríparas ecrinas, repartidas por todo el cuerpo.
Este rasgo fue clave para la caza por persistencia, una estrategia en la que los primeros humanos perseguían a sus presas durante horas hasta que colapsaban por sobrecalentamiento. Mientras otros animales dependían de la velocidad, los humanos destacaron por su resistencia. Sin pelaje denso que obstaculizara la transpiración, nuestros ancestros lograron mantenerse frescos y eficientes en la sabana africana.

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Genes que controlan la vellosidad
El equipo de María Chikina detectó que los genes responsables del pelaje siguen presentes en los humanos. Sin embargo, han quedado silenciados por mutaciones o por cambios en los interruptores genéticos encargados de activarlos. Estos hallazgos abren la puerta a comprender condiciones como la hipertricosis, conocida como el síndrome del hombre lobo, un trastorno poco común donde el cuerpo produce vello de forma excesiva.
Este fenómeno inspiró incluso relatos como la historia de la Bella y la Bestia, basada en Petrus Gonsalvus, un hombre del siglo XVI afectado por hipertricosis. Casos como el suyo demuestran cómo alteraciones genéticas pueden reactivar características que, en la mayoría de la población, permanecen inactivas desde hace milenios.