¿Por qué en el Perú el trabajo formal sigue siendo un lujo?, por Miguel Palomino

Debemos de favorecer el empleo formal en el Perú, en lugar de limitarlo creando beneficios que solo alcanzan a una fracción de los trabajadores

En un par de días se celebrará el día del trabajo de la mejor manera posible para algunos: no trabajando. Pero, como siempre, el no trabajar será privilegio de una minoría de peruanos. La mayoría o trabajará o deseará haberlo hecho, pues este será un caso más de legislación pensada para la minoría afortunada que cuenta con un trabajo formal.

¿Por qué los congresistas y el Ejecutivo no empiezan a preocuparse por el bienestar de más de 7 de cada 10 peruanos? ¿Por qué continuar discutiendo cómo perfeccionar beneficios laborales que no existen para la gran mayoría de trabajadores? En todo caso, sea cual fuera la explicación, se debería de empezar a pensar en la mayoría, es decir, los informales

¿Por qué es un problema la informalidad? El aspecto más problemático de la informalidad es la baja productividad que exhibe. ¿Por qué el trabajador informal es tan poco productivo? Principalmente, porque no cuenta con el capital necesario para aumentar su productividad.

Según cálculos del Instituto Peruano de Economía (IPE), basados en la estadística oficial, la productividad promedio en el sector informal es apenas una sexta parte de la productividad del sector formal. Esta brecha se repite en todos los sectores: en construcción, la productividad informal equivale a solo un séptimode la formal; en manufactura, a un sexto; y en comercio y transportes, a menos de una cuarta parte. El caso de minería e hidrocarburos es aún más extremo: la productividad de un trabajador formal supera en más de 100 veces a la de un trabajador informal.

La inmensa mayoría de las “empresas” peruanas cuentan con escasísimo capital y funcionan como un pobre sustituto temporal a un trabajo formal. La clave es el tamaño de las empresas. En el Perú, la inmensa mayoría de empresas son microempresas, enfocadas principalmente en objetivos de subsistencia. La mayor parte del resto corresponde a pequeñas empresas, cuya definición —basada en nivel de ventas— resulta realmente modesta. Parte de esta estructura empresarial se explica porque los impuestos y las regulaciones laborales están diseñados para ser más bajos o más fáciles de cumplir hasta cierto tamaño, pero se vuelven mucho más exigentes una vez que se supera ese umbral. Por eso no es de sorprender que existan un sin número de empresas justo al límite de cumplir con este requisito, con lo cual el Estado estaría incentivando el enanismo empresarial. La solución a esto no es sencilla, pero mientras no se implemente seguiremos pagando los costos del enanismo empresarial.

Un segundo factor que ayuda a explicar la baja productividad del sector informal es la limitada capacitación de sus trabajadores. En el sector formal, el 55% de los trabajadores tienen educación superior completa y solo el 7% no ha completado la secundaria. En el sector informal solo el 14% ha completado la educación superior, mientras que 42% no ha completado ni la secundaria. A esto se le agrega la falta de futuro. La probabilidad de que un joven trabaje en el sector informal es el doble que la probabilidad de que lo haga alguien de 30 o 40 años.

Hablando de nuestros jóvenes, vale la pena señalarle a nuestros congresistas, que han mostrado un fuerte sesgo en pro de la educación universitaria, que hay dos temas importantes que deben considerar. El primero es que, para que la educación universitaria sea un mecanismo de superación personal, debería asegurarse su calidad. En vez de asegurar la calidad de la educación de nuestros jóvenes han defendido sistemáticamente los bolsillos de un puñado de dizque “empresarios” de la educación universitaria.

Además, la preferencia por la universidad no toma en cuenta la importancia de la educación superior no universitaria. Esto es un error si consideramos que el porcentaje de trabajadores formales que terminaron la educación superior no universitaria es de 20%, mientras que 28% es la cifra de los que terminaron la educación universitaria. Estas cifras indican que no es tanto mayor el número de universitarios en la fuerza laboral formal que el de técnicos.

Es más, si bien un técnico promedio gana 60% menos que un universitario promedio, su ingreso es casi un 40% mayor que el de un trabajador con secundaria completa y 20% superior al de quien tiene una educación universitaria incompleta. Si consideramos además la inversión adicional en tiempo y dinero que implica una carrera universitaria – que suele durar al menos cinco años-, queda claro que a muchos universitarios que no logran concluir sus estudios les habría convenido optar por una carrera técnica, que generalmente toma solo tres años.

Esto se ve reforzado examinando las cifras de qué grado de capacitación se requiere para los trabajadores requeridos por el sector formal. Podemos constatar que en 4 de cada 5 empleos nuevos sólo se requiere secundaria completa. Esto parece contradictorio con las cifras mencionadas anteriormente, hasta que consideramos que los nuevos puestos requeridos por el sector formal son en buena parte para trabajadores que luego de ser contratados serán entrenados en su especialidad. Lo importante es que si un trabajador ingresa al sector formal en promedio ganará casi el triple que en el sector informal y además tendrá una mucha mayor oportunidad de entrenarse en su trabajo, lo cual aumentará su ingreso a futuro.

Parafraseando a un experto tan reconocido como Miguel Jaramillo, la política laboral más ventajosa para los mismos trabajadores, y la más sencilla, es facilitar que las empresas formales contraten a más trabajadores. Pero esto, que debiera ser obvio, es contrario a lo que vienen haciendo nuestro Congreso y nuestro Ejecutivo. Bastó que el Ministerio de Economía y Finanzas pusiera dentro de su “shock regulatorio” la derogatoria de dos recientes decretos supremos que afectan negativamente la contratación de trabajadores en el sector formal para que el Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo declarara que no tiene intención de derogarlos. Veremos de qué lado se pone la Presidente.

El empleo es el más importante determinante tanto del progreso individual como de la lucha contra la pobreza. Aumentar el número de empleos bien remunerados debe ser la prioridad número uno de todo gobierno y esto se logra en gran parte creando las condiciones para que los trabajadores pasen del sector informal al sector formal. A su vez, la capacitación adecuada es el principal mecanismo de mejorar permanentemente la calidad de los trabajadores. Un trabajador bien capacitado en el puesto adecuado es la mejor garantía de progreso continuo.

No permitamos que nadie nos engañe con argumentos populistas contrarios a las grandes verdades arriba expuestas. Lo que debe interesarnos es lograr mejores empleos para todos y no para una minoría privilegiada. Es hora de reconocer quién está con el Perú y quién defiende privilegios, a costa del bienestar de la gran mayoría.

Miguel Palomino

De La Oroya. Economista y profesor de la Universidad del Pacífico y Doctor en Finanzas de la Escuela de Wharton de la U. de Pennsylvania. Pdte. del Instituto Peruano de Economía, Director de la Maestría en Finanzas de la U. del Pacífico. Ha sido economista-jefe para AL de Merrill Lynch y dir. gte gral. ML-Perú. Se desempeñó como investigador GRADE.