El revés de Trump en la guerra arancelaria con China y su tosco retroceso marca el hito más importante en los primeros 100 días de su presidencia. La idea de un estratega rudo, audaz y victorioso se deteriora y es reemplazada por variadas lecturas, desde la que sostiene que preside un gobierno errático contestado por el mundo, hasta aquella que cree que a pesar de sus reveses sigue siendo el líder del resurgimiento de EEUU.
La euforia ultraconservadora mundial de enero ha sido sustituida por un silencio todavía admirativo. En A. Latina se tienen las primeras críticas desde ese sector a Trump, aunque todavía en un tono poco explícito. En cualquier caso, la imagen de Trump tiende a alejarse como referencia de la ultraderecha regional, una independencia emocional que, sin embargo, no dañará sustantivamente el auge extremista en la región. Puede ser que en breve plazo no sea rentable ser trumpista, pero la ultraderecha regional es más que Trump.
Sin desconocer el aspecto universal de la arremetida conservadora, las claves internas de los países latinoamericanos parecen guiarse menos de lo que presumimos de las constantes internacionales, por lo menos en esta etapa de duda sobre una recesión o depresión generada por las guerras arancelarias.
Eso sucede también en EEUU. La encuesta de Gallup de cara a los 100 días de Trump en el poder revela una seria caída de su aprobación. El 45% de estadounidenses lo aprueba, muy por debajo del promedio de la aprobación de presidentes desde 1952, que es de 60%; no obstante, si bien el mayor cambio de humor se registra entre los independientes (que inclinaron la balanza a su favor en las elecciones que ganó con 1,6%) donde la aprobación de Trump cayó al 37%, es entre los votantes republicanos su aprobación sigue siendo alta, situándose en 90%.
El auge conservador posee consistencias estructurales locales que pueden subsistir sin referentes mundiales, inclusive. Esa consistencia puede ser igualmente testaruda cuando se trata de referentes nacionales. En Brasil, estando pendiente un reclamo judicial que anule su inhabilitación, Bolsonaro, cuyo gobierno fue desastroso, tiene una intención de voto que supera el 30% y al parecer goza de capacidad de endose; y en Argentina, los escándalos protagonizados por Milei y el desorden de su gobierno, no impiden que su aprobación se sitúe sobre el 40%, en tanto que para las elecciones legislativas de octubre su partido empata o supera al peronismo en la mayoría de encuestas.
Hay reveses y reveses. Algunos no disuadirán al extremismo regional y operarán como un ejemplo de lo que es posible y realizable. La experiencia de los primeros meses del gobierno de EEUU indica que una política extremista que emerge de una democracia sólida y que se ve limitada por las reglas, quiebra con cierto éxito esas reglas para avanzar en sus propósitos. Si hay una primera lección de Trump II, es que la política extremista está destinada a no ser democrática y tiene espacio para ello.
Trump acumula casi 50 órdenes judiciales contra decretos arbitrarios y a pesar de ello sus decisiones siguen siendo improvisadas, temerarias e inconstitucionales. En 100 días de gobierno, el mandatario de EEUU ha firmado 124 órdenes ejecutivas, contra 162 de Biden en todo su gobierno y, en cambio, solo ha enviado 5 proyectos de ley al Congreso.
La idea sobre que en EEUU se ha desatado una crisis constitucional ascendente es avalada por la evidencia. Luego de una elección democrática se impuso una forma de gobierno de emergencia permanente caracterizada por el uso abusivo del poder y de la mayoría parlamentaria, decisiones impulsivas sin deliberación, coerción abierta a los gobiernos y sustitución autoritaria de sistemas que proveen o garantizan derechos y libertades. La desactivación del Departamento de Educación es un caso clamoroso.
Los académicos de EEUU, pero ya no solo ellos, se refieren a esta política como fascista o neofascista, una caracterización todavía ausente en el debate latinoamericano. Es probable que algunas señas indiquen que esa calificación es temprana en un área que en los últimos 60 años experimentó variantes neofascistas de un corte distinto, es decir, militarizadas y no partidarias, y en algunos casos contrainsurgentes, y que es todavía escenario de experiencias que originándose en experiencias progresistas -Nicaragua y Venezuela- acabaron en formas violentas de autoritarismo corrupto. En cualquier caso, con o sin precisiones conceptuales, A. Latina podría sumar en los próximos años nuevos regímenes depredadores de las libertades.
Los reveses de Trump pueden operar también como señales de lo que será difícil replicar en la región, entre ellos la política nacionalista y proteccionista al mismo tiempo, un cóctel que contiene otras claves, especialmente la crítica al llamado globalismo, argumento en el que se sustentan las campañas conservadoras iliberales contra el sistema de las NNUU, el enfoque de género, cambio climático y la transición energética, entre otros.
A. Latina es una región con economías en general abiertas, con tratados de libre comercio, inmersas en dinámicas asociativas diversas. Una relativa diversificación de su comercio ha convertido a la región en un área donde es difícil implementar políticas proteccionistas esencialmente como una herencia neoliberal, aunque tres de sus economías, Argentina, Brasil y México, registran más normas proteccionistas que en otros países. Extrañamente, los grupos ultraconservadores en los tres países mencionados y en los otros en la región profesan una firme adhesión neoliberal en lo económico cruzada con un conservadurismo político y moral igualmente duro.
¿Es posible la compatibilizar neoliberalismo económico con conservadurismo político y moral? En la teoría si, y cierta práctica así lo acredita, aunque mientras dure el gobierno de Trump los principales riesgos de una política económica aperturista provienen precisamente de EEUU interesado en nuevas relaciones comerciales privilegiadas que no pasen por los tratados de libre comercio conseguidas a través de un juego de presiones arancelarias a los países que comercian más con China, la presión a sus empresas para poner fin del nearshoring y el deseo de controlar la exportación de recursos estratégicos. No olvidemos que A. Latina tiene el 50% de las reservas de litio del mundo y el 17% de tierras raras.
Paradójicamente, el éxito del MAGA de Trump depende del fin del libre comercio de A. Latina.
Con o sin Trump en escena, la política ultraconservadora tiene espacio en Latinoamérica. Su principal baza es la crisis de la democracia liberal y de las experiencias progresistas. El trasvase de la derecha tradicional hacia la ultraderecha -Perú. Argentina, Colombia, Ecuador, Chile- y el increíble inmovilismo de la izquierda no autoritaria garantizan esta capacidad de movimiento.
Es obvio que las posibilidades son desiguales. En los países donde la ultraderecha ha capturado una parte del Estado -Perú, Ecuador y Guatemala- el terreno es más inclinado y desafiante y es menos resistida la conexión entre los caudillos extremistas y las masas.
Por otro lado, si bien la esperanza no tiene que ser, necesariamente, democrática, altruista y racional, el límite de las políticas contra la democracia es la política democrática en las instituciones y en las calles. Ahora mismo, en EEUU decenas de miles se manifiestan contra el gobierno en tanto los jueces, universidades y autoridades locales y estatales le plantan cara.
Abogado y politólogo. Egresado de la UNMSM, Magíster en Ciencias Penales y candidato a Doctor en Filosofía (UNMSM). Profesor en la USMP y UNMSM. Director del Portal de Asuntos Públicos Pata Amarilla.