El decreto es fulminante: “No hay carisma de origen divino”. Ni en el Sodalitium Christianae Vitae (SCV) ni en sus apéndices enfermos: la Fraternidad Mariana de la Reconciliación (FMR), las Siervas del Plan de Dios (SPD) y el Movimiento de Vida Cristiana (MVC). Esto solo significa una cosa: que los sodálites, las fraternas, las siervas y los emevecistas vivieron un engaño, una mentira, y su “formación” fue nítidamente sectaria. Esto, para más señas, se puede apreciar ahora, con mayor claridad, con los desaforados y embusteros artículos desperdigados en portales de la fachosfera católica, escritos por los sodálites expulsados Alejandro Bermúdez y Erwin Scheuch.
Por lo que, aun conociendo al personal, no deja de sorprenderme el lenguaje ambiguo del comunicado de cierre del Sodalicio. “Gracias a Dios por nuestra vocación” … ¡¿Qué vocación?! “Muchas personas de diversos países (han vivido) con nosotros una experiencia común de fe auténtica” … ¡¿Qué fe auténtica?! “(Nuestro) ardor apostólico (…) ha dado muchos frutos” … Y así, en ese plan.
No solo ello, sino que agradece a los “delegados pontificios” escogidos por el cómplice apañador y principal protector y “Padrino” de la exfundación de Figari, José Rodríguez Carballo, destacando su “dedicación, caridad y sabiduría” … ¡en un proceso de “renovación” que iba a ser trucho! ¿Es que aún siguen pensando que fueron suprimidos injustamente o porque el papa Francisco fue desinformado, como sugieren los más fanatizados? ¿Tan enajenados están? ¿A pesar de todo lo que se ha puesto al descubierto?
Y no podía faltar el detalle de mal gusto: el enlace que dirige hacia las mezquinas reparaciones, hechas a base de contratos-mordaza, para que las víctimas necesitadas no pudiesen reclamar, ni hablar, ni pronunciarse, ni denunciar ante la vía civil o penal. Encima, eso.
Más todavía. No hay ni siquiera un párrafo especial sobre el extraordinario y pulcro trabajo de investigación de la Misión Especial y Personal del padre Jorge, o papa Francisco: la dupla de monseñores-detectives Charles Scicluna y Jordi Bertomeu, que fueron empáticos con las víctimas.
Pero lo peor ni siquiera es eso. El “sincero pedido de perdón” a los damnificados es “por los maltratos y abusos”. Así, en general. Punto. Esta secta, enajenada hasta el último segundo, es autocomplaciente incluso para describir lo que realmente ocurrió. Pues resulta que dichos “maltratos y abusos” tenían que ver con crímenes y delitos: esclavitud y servidumbre moderna, lesiones graves, hackeo de comunicaciones, secuestros mentales, manipulación de conciencia, abusos sexuales a menores y el encubrimiento de estos, contratación de operadores-sicarios. Lo que lleva a la inevitable conclusión de que, merecían ser suprimidos. El “comunicado de cierre” no deja ningún atisbo de duda.
Eso es lo que me hace hervir la sangre. Su actitud arrogante y altanera hasta el final. Su ausencia de crítica, debido a su alienación sectaria, que, como se puede apreciar, se mantiene intacta. Como de costumbre, el Sodalicio no asume la culpa de nada, ni se desmarca de lo que ya vienen anunciando algunos sodálites de la vieja guardia: que están a punto de robustecer una campaña de descrédito mediático-judicial (que ya se inició) contra el comisario Bertomeu. Al mismo estilo empleado contra los periodistas que investigaron a la secta extirpada de la Iglesia católica, luego de 25 años de denuncias.
Ese patético e imperturbable pronunciamiento no hace más que corroborar el nivel de trastorno y chifladura y embobamiento en el que continúan viviendo los suprimidos sodálites, abstraídos en la narrativa idiota de que lo que les está sucediendo forma parte de una conjura conspirativa contra ellos, “perseguidos injustamente por las fuerzas oscuras del Mal”. O qué sé yo.
Solo de pensar lo que le espera al dicasterio de sor Simona Brambilla, responsable de la supresión, para desmantelar esta organización talibana, que solo muestra señales de cerrazón, y que, puedo apostarlo, intentará vengarse y hacer la vida imposible a los interventores vaticanos, me produce cierta sensación de ansiedad. Pero los sobrevivientes, denunciantes y periodistas, ya cumplimos con nuestro deber, dejando algo de pellejo en el camino. Este problema debió solucionarlo la Iglesia hace varias décadas. Que le sirva de aprendizaje a las autoridades eclesiásticas.
Pero volviendo al punto. Pudieron tener un cierre digno. Manifestándose en las cuestiones de fondo. Con crudeza. Sin adornos. Con la prosa seca y cortada. Exhibiendo el cáncer que ya había hecho metástasis en el Sodalicio y el resto de las cabezas de Hidra.
No obstante, prefirieron morir en su ley. Si hubiesen aprendido la lección, otro habría sido el tenor de su propio obituario. Duro con los transgresores que cruzaron todas las rayas. Enérgico con los sinvergüenzas que se aprovecharon de una fachada católica para perpetrar todo tipo de fechorías. Pero no. Escogieron ser lo de siempre: el escudo de los que siempre detentaron el poder para hacer de las suyas. Nunca cambiaron.
Periodista y escritor. Ha conducido y dirigido diversos programas de radio y tv. Es autor de una decena de libros, entre los que destaca Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015), en coautoría con Paola Ugaz. Columna semanal en La República, y una videocolumna diaria en el portal La Mula.