En el país donde la infancia es invisible para quienes conducen las prioridades de Estado, los niños llegaron a la portada de los medios de comunicación tras ser intoxicados y trasladados en centenas a establecimientos de salud en Piura, Ancash, Amazonas, Puno y otras regiones, por consumir alimentos en conserva del antes llamado “Qali Qarma” y del después llamado “Wasi Mikuna”.
Anunciaron que reemplazarían a los proveedores, señalaron con el dedo a las madres de familia, e invocaron como culpable al Poder Judicial por admitir medidas cautelares de empresas falsas. Y esta semana -muerto el perro, muerta la rabia- declararon extinto el Programa que ellos mismos habían creado tras sacrificar al perro anterior.
¿Dijeron algo sobre la responsabilidad? Ni una sola palabra, como diría Paulina Rubio.
Pero la rabia no se fue. Escuchaba de una madre de familia en Puno la epifanía más cierta: “Esto no es intoxicación, esto es envenenamiento”. Durísimo. Detrás de esas palabras yace la impotencia indignada de quien confronta a una autoridad que con penoso criollismo hace la finta, el amague, y finalmente en un derrame de indolencia, decide no hacerse cargo. Eso, claro está, considerando que aunque intenten sacudirse de la responsabilidad hoy, aunque lo logren frente a alguna opinión pública desinformada, no significa que no tendrán que asumirla penalmente cuando llegue la justicia (porque llegará -aunque la presidenta quiera quitarle la venda de los ojos).
Pero el fenómeno de la des-responsabilización es de larga data. Lo cierto es que todos los días renuncian a hacerse cargo. Antes fue “el puente no se cayó, se desplomó” de la Municipalidad de Miraflores, y luego el “no es plagio, es copia” de un gobernador regional o el “nosotros hemos cumplido, el sistema falló” del Real Plaza de Trujillo. Nuestra gobernante anunció también hace unos días que la inseguridad ciudadana “no es responsabilidad de esta presidenta”. Y el ministro Quero le llamó “recuperación de aprendizajes sin precedentes” al hecho de que más del 70% de nuestros estudiantes al finalizar la primaria siga sin poder comprender lo que lee. Celebrar el fracaso: eso tampoco es hacerse cargo.
No hacerse cargo es aún más tóxico que esas conservas si tu incapacidad bloquea la efectividad de un Programa que durante 10 años desde su creación funcionó con óptimo desempeño, y que con sentido de gravedad dirige sus metas a cerrar las brechas en los más vulnerables y los más pequeños del país. La inclusión del niño más desfavorecido es trabajo de alto calibre, y no merece menos que a los más capaces actuando y corrigiendo cada paso de forma célere y justa.
Y los dejamos transitar orondos desde la justificación, la asignación de culpas a los demás, la sorpresa frente a lo acontecido, hasta expresar condolencias formalistas que olvidan el ejercicio de mostrar empatía real hacia quienes afectas. Si no asumes responsabilidad, te exoneras de contribuir a la solución porque sea tu deber y crees más bien que hacerlo te dota de santidad y samaritanismo. El rol en la reparación de los hechos debería humanizar a quienes nos gobiernan, pero hoy solo exuberan la pasión de acusar a otros porque su poder se los permite.
¿Acaso es posible gobernar, solucionar problemas o dirigir corporaciones ignorando que las consecuencias de nuestros actos tienen que ser asumidas, reconocidas y resueltas? Esencialmente en un sistema político y ciudadano que se jacte de ser democrático, la rendición de esas cuentas es obligatoria. Con coraje para admitir negligencias, omisiones y errores. Y asumir -en dolo o en culpa- las faltas, los delitos y los crímenes. Todos debemos someternos tarde o temprano a esa rendición.
Actos y consecuencias: una premisa científica que ni un terraplanista podría negar. Y así y todo, en nuestro Perú es una lógica que se hace ilógica cuando los irresponsables pretenden desligar ambos elementos de esa ecuación y renuncian a cargar con ese indispensable peso de lo principios éticos que nos gravitan.
Háganse cargo. Pero nada, no hay respuesta, no hay integridad que se sienta llamada a responder por los asuntos públicos. Y vaya que se trata de decisiones que transgreden derechos y se llevan vidas, entonces estamos ante una integridad que parece no estar suficientemente instalada en los valores de quienes decidieron ponerse en primera fila -las autoridades-, ni contundentemente exigida desde la sociedad organizada, las familias y los ciudadanos. Acá todos somos co-responsables de haber permitido que se relativice el valor del control de calidad y de haber renunciado al rol comprometido de la vigilancia. Desvincularnos tuvo un precio, y muchos lo están pagando.
Pero como toda acción produce una reacción, si somos entonces un país sin responsables, estamos diciéndole a nuestros hijos que no existen las consecuencias, que las reglas que cohesionan a la sociedad están rotas, y lo que es peor, que a los ciudadanos no nos quita demasiado el sueño que vivamos en ese caos normalizado. Que nos hemos vuelto anestésicos al dolor del abuso. Que mientras no sea yo el que cruza el puente que se cae, mientras no sea el techo sobre mi cabeza, mientras no sea mi hijo el que come larvas o comida descompuesta, me permito ser permeable al olvido selectivo y la benevolencia. Ellos no se hacen cargo, y nosotros mirando de lejos nos hacemos sus cómplices.
Ya nos han llamado Estado fallido. “Democracia sin demócratas”, también. Y aunque suficiente vergüenza debería darnos que denominemos la nación como una falla provocada por los ausentes, ahora podemos adicionarle la triste categoría de ser un país de los abusos sin consecuencias, del abandono de los cobardes, de la exoneración de los poderosos.
Sociólogo. Máster en Gestión de Políticas Públicas por la UAB. Ex viceministro de Educación y ex directivo público. Presidente del Instituto para la Sociedad de la Información. Docente en la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la PUCP y en la UARM. Creo en la urgente recuperación de la democracia, un Estado de Bienestar para todos, la Educación como derecho y la República de iguales. El poder de la palabra y el diálogo puede reconstruir nuestra columna vertebral.