Lima la fea, por Javier Herrera

La ciudad se pauperiza, se amplían los bolsones de pobreza extrema y el hambre se extiende rápidamente. Más de 4 de cada 10 Limeños no logran cubrir sus necesidades alimentarias mínimas. En Lima hay más personas con hambre en números absolutos y en proporción, comparado con los hogares rurales y en otras ciudades. 

Este 17 de enero se celebró el 490 aniversario de la fundación de la capital colonial del virreinato del Perú y no el del poblamiento de Lima, el cual la antecede desde la época preincaica. Esta distinción es importante porque, a la llegada de los españoles, el centro neurálgico de lo que hoy es el Perú se encontraba en lo que hoy denominamos las “provincias”, lo que nos recuerda que Lima hace parte de ellas. Lima se convirtió en el centro administrativo, mientras que otras regiones del Perú seguían proveyendo las riquezas que alimentaron las arcas de la corona española. La estructura productiva regional está aún marcada por la impronta colonial: centralismo (40% del PBI nacional), alta concentración del PBI en servicios (52%), manufactura (16,8%) y comercio (13,6%) en la capital, mientras que en el resto del país predominan la agricultura y minería (34,6%) y servicios (28,5%).

En el siglo XX, la capital sufrió profundas transformaciones. La población creció a una velocidad vertiginosa con la llegada masiva de migrantes a partir de 1950, y esta dio un salto espectacular pasando de 562.885,00 habitantes según el censo de 1940 a 1.632.370 en el censo de 1961. Durante las tres décadas siguientes, la expansión urbana de la capital se alimentó del continuo flujo de migrantes que llegaban a la capital en búsqueda de oportunidades que, por la ausencia del Estado, no ofrecían sus pueblos de origen. El mayor crecimiento se produjo entre 1940 y 1970 cuando la población crecía cada año a tasas superiores al 5%, el doble que el promedio nacional. A partir de 1972, el flujo migratorio disminuye y la expansión demográfica se alimenta del crecimiento natural de una población joven que presiona fuertemente sobre el espacio urbano. En las tres décadas siguientes, el crecimiento se desacelera progresivamente para actualmente situarse en un modesto 1,2%, ligeramente por encima del promedio nacional (0,7%). Actualmente, en Lima residen 10.151.207 habitantes, 18 veces más que lo registrado en el censo de 1940.

Ante la ausencia de políticas de planificación urbana y de acceso a la propiedad a la altura del desafío, el crecimiento se dio principalmente de manera horizontal, extendiéndose cada vez más las fronteras de la ciudad. Las invasiones en los arenales y tierras de antiguas haciendas fueron el modo predominante de acceder a un lugar en donde se asentaron en precarias viviendas. En Lima la horrible, de Salazar Bondy, publicada en 1965, el autor describe la manera en que los provincianos recién llegados y la fuga de la antigua aristocracia limeña hacia las nuevas urbanizaciones enterrarán una Lima colonial que existía más en los nostálgicos discursos que en la cambiante realidad.

La “periferia” de la capital lleva mal su nombre, pues hay menos habitantes en los distritos de la llamada Lima consolidada o Lima “moderna” que en los distritos más recientes y alejados del centro histórico. Actualmente, tres de cada cuatro limeños (74,9%) residen en los llamados “conos”, mientras que el 25,1% restante vive en los distritos “consolidados”. Los distritos consolidados de Lima han dejado de ser el centro gravitacional poblacional. La diversidad cultural se ha enriquecido con la llegada de los migrantes de otras provincias, en particular de la sierra. Los nuevos limeños que nacieron en otras provincias representan, según el censo 2017, un poco más de un tercio (34,5%) de los residentes de la capital. Casi uno de cada 5 (17%) “limeños” se autoidentifica como de cultura quechua o aimara y un 9% tuvo un idioma originario como lengua materna (15% en el caso de los mayores de 40 años).

Aunque el crecimiento económico entre 2004 y 2015 significó una neta mejora en los ingresos de los hogares en los conos, las brechas con el resto de la ciudad se mantuvieron. Llegó la electricidad, pero el suministro del agua sigue siendo aún un grave e irresuelto problema. Un poco más de uno de cada diez (12,3) habitantes en los conos no tiene conexión a la red pública de agua y debe aprovisionarse a través de camión cisterna, pagando un precio más elevado por un agua que no es segura. Un tercio (33,5%) de los habitantes de los conos no tiene acceso a agua segura, lo cual incide sobre la salud de sus habitantes. Desde el 2016, los niveles de pobreza crecen en todos los conos, pero también en los distritos más pobres del centro consolidado. En 2023, la incidencia de pobreza en el cono norte era similar a la de los departamentos de Ayacucho, Huancavelica o Huánuco. La ciudad se pauperiza, se amplían los bolsones de pobreza extrema y el hambre se extiende rápidamente. Más de 4 de cada 10 Limeños no logran cubrir sus necesidades alimentarias mínimas. En Lima hay más personas con hambre en números absolutos y en proporción, comparado con los hogares rurales y en otras ciudades.

larepublica.pe

Dados los niveles de desigualdad y segregación residencial deberíamos hablar de varias Lima, con rostros distintos. En 2023, la desigualdad de los ingresos, medida por el coeficiente de Gini, es de 0,407, similar a la que prevalecía en 2013. El centro consolidado de la ciudad también presenta un alto nivel de desigualdad (0,435) en donde distritos como San Isidro, Miraflores, San Borja tienen niveles de ingreso muy superiores a los distritos populares como el Rímac o La Victoria. La explosión de la inseguridad ciudadana no es ajena a la desigualdad y a la inoperancia de las políticas públicas. La expansión de la ciudad ha resultado en una alta segregación residencial según niveles socioeconómicos. El índice de disimilaridad alcanzó el 0,70 en 2007, que significa que el 70% de los más pobres tendría que mudarse para obtener una repartición uniforme en el espacio urbano. La segregación residencial y la existencia de diversos polos económicos distantes de la población segregada traen a su vez como consecuencia un entrampamiento en la pobreza, tanto a nivel de los empleos como en cuanto a los rendimientos de la educación.

La segregación residencial, aunada a un muy deficiente sistema de transporte público capturado por la informalidad, provoca una elevada contaminación del aire y un caos vehicular. La movilidad diaria hacia otro distrito para ir al lugar de trabajo representa, según el censo del 2017, 2.427.562 personas; es decir, el 24% del total de población se desplaza desde su distrito de residencia a otro para trabajar. La mala calidad del aire es un riesgo silencioso que implica un alto costo en ingresos y en salud. No todos somos iguales ante este riesgo. El Senamhi muestra que los distritos de bajos ingresos en la periferia son los que más están expuestos a la contaminación del aire. Otro riesgo silencioso es la vulnerabilidad ante un sismo de gran magnitud, algo que, aunque sin fecha, los geólogos tienen por cierto. Según el Cenepred, tres de cada cuatro habitantes de Lima y Callao están expuestos a un riesgo muy alto ante la ocurrencia de un sismo de gran magnitud, el cual afectará casi 2 millones (1.979.864) de viviendas. Los distritos más afectados, tanto por la calidad de los suelos como por la calidad de las viviendas, se encuentran precisamente en las zonas de expansión informal de la ciudad o en los distritos pobres. Estos son los desafíos pendientes que las celebraciones y fuegos artificiales no deben hacernos olvidar.