Kissinger, Ucrania y la alternativa, por José Rodríguez Elizondo

La amenaza de la guerra mundial, que entonces se produjo, empata con las actuales amenazas de empleo del arma nuclear y la tendencia a dejarse llevar por la inercia. 

Entiendo cuánto aborrecen a Henry Kissinger quienes se perciben víctimas de las trapacerías que ejecutó como secretario de Estado de Richard Nixon. Resiento la liviandad con que definiera a Salvador Allende, como “enemigo jurado de la democracia”. Pero me sentiría muy tonto si lo ignorara como historiador referente y pronosticador de fuste. En esos oficios, y hasta cumplir cien años, aventajaba a cualquier brujo profesional. 

Por ello, cuando Francis Fukuyama vinculó el fin de la Guerra Fría con el fin de la Historia, yo releí lo que Kissinger escribiera en 1964: “las políticas exitosas hacen que la posteridad olvide cuán fácilmente pudieron ocurrir las cosas de otro modo”. Con base en ese agnosticismo, advertía a los triunfalistas de los años 90 que el fin de la Unión Soviética no era el fin del carácter imperial de Rusia. Pronosticaba, en paralelo, la superpotenciación de China, la emergencia de una multipolaridad difusa, la relativización del equilibrio del terror y el peligro de confrontaciones catastróficas.

En lo más coyuntural, dijo que los rusos de cualquier signo político se negaban a aceptar la legitimidad de los países liberados, especialmente de Ucrania. Por ello, le parecía gratuitamente provocativo incorporar este país a la OTAN, la alianza militar atlántica. Con Vladimir Putin a la cabeza, tal fichaje equivaldría a la humillación de una potencia importante. Como contrapartida, aconsejaba aprobar un estatuto de “agrupación no militar”, en el territorio entre Rusia y las fronteras de Europa occidental. Quizás pensaba en la “finlandización”, esa mezcla de neutralidad y cooperación de Finlandia con La Unión Soviética durante la Guerra Fría.. 

Agréguese que, en 2022, tras la invasión rusa a Ucrania, Kissinger no invocó el “yo lo advertí”, propio de comentaristas de coyunturas. Siempre pragmático, se adecuó a la nueva realidad diciendo al líder ucraniano Volodymir Zelensky lo que sigue: “Antes de esta guerra, me opuse a la membresía de Ucrania en la OTAN porque temía que iniciara el mismo proceso que estamos viendo (…) ahora que este proceso ha alcanzado este nivel, la idea de una Ucrania neutral ya no tiene sentido”.

Disuasión debilitada

Lo que sí tiene sentido es sacar la conclusión estratégica en el marco de la guerra en curso. Normalizada por Putin la amenaza de usar el poder nuclear, se ha debilitado el poder de disuasión de las potencias atlánticas. Ese que John Kennedy ejerciera exitosamente en la crisis de los misiles de 1962, abriendo espacio a la negociación diplomática con Nikita Jruschov.

La prueba es que el jefe ruso ha mantenido la iniciativa desde 2014, cuando anexó la Crimea ucraniana. Ahora, comprobadas las debilidades de la OTAN, arremete con tres desafíos encadenados: 1) sorpresiva alianza con el líder norcoreano Kim Jong-un, que le da acceso a una buena reserva de armas nucleares, 2) incorporación de soldados norcoreanos a los teatros de operaciones, a sabiendas de que intervenir con efectivos propios es una línea roja para los otánicos, 3) lanzamiento contra una ciudad ucraniana del hipersónico misil Oreshnik, capaz de portar carga nuclear y de alcanzar incluso a los Estados Unidos.

No es casual que tales desafíos surjan con Donald Trump ad-portas de la Casa Blanca. Su relación especial con el jefe ruso (“sospechosa” para algunos) hace que muchos prevean nuevos efectos, entre catastróficos y contradictorios. Así, mientras Hungría comienza a ubicarse entre la OTAN y Rusia; en Georgia, como antes en Ucrania, se pide el ingreso a la Unión Europea. También ha rebrotado la guerra civil en Siria, ensamblándose con las guerras del Medio Oriente. Más flemáticos, suecos, noruegos y finlandeses reeditan viejos folletos sobre autoprotección ciudadana en tiempos sombríos. Y el pasado martes, en Corea del Sur, el presidente Yoon Suk-yeol invocó la amenaza de “las fuerzas comunistas norcoreanas” para imponer la ley marcial. De inmediato, la oposición parlamentaria se la dejó sin efecto y pidió su destitución. Otra situación crítica de un aliado estratégico de los Estados Unidos.

Como digresión, cabe recordar que la crisis de los misiles de 1962, con base en Cuba y conmoción mundial, pudo solucionarse porque era Jruschov y no Fidel Castro quien tenía el control del arma nuclear. No es el caso de Kim Jong-un, quien ahora emerge como protagonista con bomba propia. Ergo: fin de las burlas y sátiras occidentales sobre su gordura.

Alternativa necesaria

A propósito de Castro y Kim, sospecho que en el espacio de los que mandan no se procesa la historia. Kissinger, ya casi centenario, asumió esta sospecha en Liderazgo, su último libro: “Internet -escribió- tiene tendencia a disminuir la memoria histórica”.

Es que pocos hacen el link entre lo que está sucediendo y lo que sucedió cuando Hitler anexó Austria y luego invadió los Sudetes checoslovacos, aprovechando la paralogización de las potencias europeas y el aislacionismo de los Estados Unidos. Dichos episodios son un padrón para lo sucedido entre Rusia y Ucrania. Riman con la anexión de Crimea, la invasión posterior a Ucrania y la perplejidad de la OTAN. La amenaza de la guerra mundial, que entonces se produjo, empata con las actuales amenazas de empleo del arma nuclear y la tendencia a dejarse llevar por la inercia.

Con todo, si es cierto que hay método incluso en la locura, puede que el ominoso escenario actual brinde una oportunidad a la cordura. En vez de rendirse ante lo que los dioses quieran, los grandes jefes tienen la alternativa de exorcizar el fantasma nuclear, iniciando una negociación realista. Esto es, una que no asigne victorias ni derrotas absolutas, como ha sucedido en las guerras con panoplia tradicional. En la especie, podrían agendar la idea kissingeriana de una zona desmilitarizada, la eventual actualización del rol de la OTAN, la renuncia de Putin a la “recuperación” de Ucrania y la resignación de Zelensky a una pérdida territorial dolorosa.

Lo disfuncional es que, para algunos analistas, esa alternativa racional da plausibilidad a la bravuconada de Trump, según la cual solucionará el tema apenas jure el cargo. En 24 horas textuales. Está claro que las cosas no suceden así en el mundo real. Una negociación tan compleja como la mencionada puede durar meses y hasta años. Lo urgente es que se inicie tras un cese de las acciones bélicas y que no solo la asuman los seguidores de Putin y Zelensky. También tendrían que asumirla los viudos de la Guerra Fría y todos quienes siguen aplicando emociones ideológicas a las realidades geopolíticas.

Quienes saben lo que de veras es una guerra, también saben que la polarización, el chovinismo y los dogmas ideológicos anulan las posibilidades de la diplomacia de negociación y favorecen la alternativa del Apocalipsis Now. Es decir, la del holocausto nuclear.

José Rodríguez Elizondo

Desde el sur, segunda temporada

José Rodríguez Elizondo. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.