Cultural

Valeria Luiselli y los niños que cruzan la frontera de México con Estados Unidos

“Los niños perdidos”, libro de no ficción de la reconocida escritora mexicana, explora un tema sensible que no solo debe ser visto desde la data, sino también desde el compromiso.



Escritora Valeria Luiselli.
Escritora Valeria Luiselli.

Uno de los mayores dramas que estamos viendo, de una manera más específica en este nuevo siglo debido a los nuevos medios, es el de la migración. En todas partes del mundo, miles de personas abandonan sus países de origen para ir a otros lugares en busca de un mejor futuro. Las razones de este desplazamiento pueden ser muchas y cada una es más dramática que la otra.

Ninguna migración es feliz.

Pero de un tiempo a esta parte, los niños son los nuevos protagonistas de esta realidad. No es que antes no hubiera niños en los procesos migratorios, solo que ahora llaman más la atención.

Esta impresión se refuerza, cuando, según la Unidad de Política Migratoria, Registro e Identidad de Personas de la Secretaría de Gobierno de México, de acuerdo a una nota de Nicholas Dale Leal en El País, nos enteramos de que el paso de menores por México hacia Estados Unidos ha aumentado 514 % en los últimos seis años.

Por ello, regresamos al último libro de no ficción de la destacada escritora mexicana Valeria Luiselli.

En primer lugar, asistimos, una vez más, a la confirmación de la poética de una de las plumas en español más relevantes del presente siglo. Hablar de Luiselli es remitirnos a su imprescindible ensayo Papeles falsos y a sus novelas: la muy saludada Los ingrávidos y la irregular La historia de mis dientes. En segundo lugar, la presente publicación es producto de circunstancias muy especiales en la vida de la autora. Por ello, en estas páginas el lector es testigo de primera fila de su cruda verdad emocional e igualmente de su compromiso con los más débiles: las víctimas a las que los medios de comunicación comenzaron a prestar atención tras la crisis migratoria del 2014, en la que miles de niños cruzaron solos y desafiando toda clase de peligros la frontera entre México y Estados Unidos.

En este sentido, Los niños perdidos (Sexto Piso) es un documento de denuncia que transita en el ensayo, pero también es un crisol narrativo que descansa en el respiro de la crónica. Si una marca en alto relieve exhibe la escritura de la autora, esta es precisamente el diálogo entre registros, sin que se resientan en sus encuentros, convirtiéndolos en una sola fuerza que refulge en su aparente facilidad.

En el prólogo, el reconocido periodista Jon Lee Anderson señala que las cuarenta preguntas (aplicada a los niños en la migra) con las que Luiselli conduce su ensayo, no solo generan “respuestas, sino más preguntas”. No nos sorprende, puesto que este aparato discursivo nos pone en el tapete no solo su tópico principal, sino incluso el contexto personal, como sugerimos líneas arriba, que atravesaba Luiselli al momento de conocer la situación de los niños que cruzaban la frontera. Las respuestas de los niños interpelaban a Luiselli, del mismo modo sucederá con el lector de turno.

En su premeditada bastardía textual, hallamos la conexión anímica con los dramas que sufren los niños, muchos de los cuales provienen de Centro América y que una vez en México no dudan en subirse a los techos de La Bestia, tal y como se conoce a la línea de tren de mercancía que recorre este país de sur a norte. En este trayecto, no pocas cosas ocurren con sus viajeros informales, pero son los niños los que se llevan la peor parte, y no solo del lado mexicano, puesto que al cruzar la frontera la mayoría de ellos son confinados en esa especie de cárcel al paso conocida como La hielera.

Luiselli fue testigo de excepción de los engorrosos trámites legales que debían pasar los niños si pretendían quedarse en suelo americano. Por aquel entonces, Luiselli y su sobrina trabajaban como intérpretes en la Corte Federal de Inmigración de Nueva York. La mexicana cuida su narración, no permite que esta se contamine de la jerigonza legal, le basta y le sobra con transmitirnos los miedos de los niños, de igual manera con el arduo trabajo que debe llevar a cabo para que ellos hablen y así pueda traducir sus testimonios a los jueces que ven sus casos.

Los niños perdidos es una lectura obligatoria para todo aquel comprometido con el bienestar del niño, pero es asimismo un artefacto discursivo que en su brevedad es una irrefutable prueba de la riqueza expresiva y plástica de la no ficción. Es una lectura imprescindible, con data y dimensión humana.

En librerías y plataformas.