Cultural

Hijo de Flaubert y Dumas: Marcel Jouhandeau y “Tres crímenes rituales”

El autor francés publicó ciento treinta libros y este que comentamos podría ser una ideal puerta de entrada a su obra.

Marcel Jouhandeau.
Marcel Jouhandeau.

Hay dos clases de narradores: los que apuestan por la brevedad y los que solo se justifican en la abundancia de títulos, a los que también podemos llamar prolíficos. Por lo general, el primer bloque de narradores está conformado por aquellas voces que privilegian ante todo la belleza verbal, entendida esta en su concepto más amplio, y cuidándonos de no ser presas de demagogias, ya que se supone que todo narrador debe apostar por la buena escritura, pero la buena escritura no necesariamente es experiencia literaria, sino mandato mínimo/esencial de todo aquel que se considere escritor como tal.

Cuando nos referimos al concepto más amplio de la escritura, nos enfocamos en la palabra como la verdadera protagonista del proyecto narrativo, al punto que el tópico que lo conduce no es más que, en la mayoría de los casos, un mero pretexto, al menos un sendero, por el que transita la fuerza y magia verbal. A la fecha, no hay mucho que discutir sobre el exponente mayor de esta vertiente: Flaubert. En la otra orilla tenemos a los narradores de asunto, a los bien llamados hijos de Dumas, para quienes el lenguaje es solo un eje funcional. En este segundo grupo se ubican los narradores que exhiben una producción por demás rica en número de títulos, además, y es justo precisar que esta vertiente ha permitido el desarrollo de géneros, a saber, el policial y la ciencia ficción; por otra parte, su influencia ha resultado capital en la potencialidad de un registro como el periodístico, elevándolo a la categoría de género literario.

Podríamos pensar que entre ambas orillas no existiera una confluencia. Si bien es cierto que la tradición nos indica que no siempre se puede ser un virtuoso del verbo y a la vez un hacedor de títulos a granel, es bueno y gratificante señalar las diferencias, que por contadas que sean, no son menos que atendibles, puesto que hay autores que han llevado a buen puerto la confluencia entre los rizos del verbo y la explotación/exploración temática. En otras palabras, un digno hijo de Flaubert y Dumas en el ejercicio de la escritura.

Como lectores, habría que sentirnos satisfechos con obras como las del francés Marcel Jouhandeau (1888 – 1979).

Verbo y tema. Oído y mirada. Demonios y actitud narrativa. Eso es lo que podemos pensar de este autor que en vida publicó ciento treinta libros. No hay que quemar cerebro: estamos ante una de las poéticas más productivas del siglo pasado. En su propuesta cabían el protagonismo del verbo y el tópico que yacía en un ineludible espíritu crítico. Verbo y actitud narrativa que descansaban en una patente declaración de principios que exhibía mediante la digresión, la cual le permitía poner en el tapete lo que sobrevivirá de la casa Jouhandeau: la reflexión discursiva. Reflexión discursiva admirada por plumas de la talla de Gide y Sartre.

La crónica y el articulismo llamaron su atención. No era un cazador de sucesos. Más bien, era un observador de la realidad, los detalles de los sucesos avivaban su curiosidad, el comportamiento humano, las incoherencias que encerraba, su diabólica puesta en escena. Por este motivo, no dudó en escribir de los tres de los crímenes más horrendos que acaecieron en Francia, en 1954, 1956 y 1957. Crímenes que ya habían sido abordados por reconocidas voces, como Marguerite Duras.

Bajo los títulos de “Los amantes de Vendome”, “El proceso Évenou- Deschamps” y “El crimen del cura de Uruffe”, reunidos en Tres crímenes rituales (Impedimenta/en librerías o plataformas), accedemos a la esencia de la poética de este tremendo narrador francés.

La presente publicación es toda una puerta de entrada a su poética, una garantía a lo mejor de su fuerza narrativa. Jouhandeau coge al toro por las astas. Se sumerge en las razones, en la pasión retorcida de sus protagonistas y nos brinda su versión de lo que motivó a Denise Labbé a matar a su hija por hacerle caso a su novio, un sujeto llamado Jacques Algarron, quizá uno de los más grandes manipuladores de los que tengamos idea; nos brinda un repaso sobre el crimen del doctor Yves Évenou, personaje siniestro dado a las orgias, que con tal de saciar su placer, usa a la hija de un paciente suyo, Simone Deschamps, que asesina a su esposa Marie-Claire; y el texto más extenso, en el que Jouhandeau prácticamente se luce, en donde nos topamos con un cura de un pueblo llamado Uruffe. Guy Desnoyers es un cura que se ha dedicado a embarazar a muchachas adolescentes. Una de sus víctimas, Michelle Léonard, de quince años, no solo queda embarazada, sino que la instiga a dar en adopción a su bebé que tendrá en la clandestinidad. Lo mismo pasa con Régine Fays. El autor se centra en la figura de Desnoyers, barajando más de una hipótesis que iluminen las razones que no solo lo llevaron a matar a Fays, sino también al niño que terminó sacándolo del vientre gestante de ocho meses, acuchillándolo y desfigurándolo. Desnoyers es todo un personaje retorcido que, al igual que los demás personajes de estas tres historias, no concibe sus hechos sin el amparo de un ritual que los aleje del mero acto homicida. El ritual, para estos criminales, es su pasaporte a la trascendencia.

Para contar estas historias, se requería de un cirujano de la oscuridad del alma. Ese era Jouhandeau.