El fascismo instalado, por Cecilia Méndez

Mañana Trump vuelve nuevamente a la presidencia como criminal convicto (excusado de purgar cárcel), pero no por los mencionados delitos, sino por sobornar a una actriz porno y falsificar documentos para evitar que el caso de su vínculo con ella saliera a la luz durante su primera campaña presencial. 

Empecé a tocar el tema del fascismo en esta columna a los pocos meses de haber iniciado mis contribuciones en este diario, unos cuatro años atrás… Eran los últimos meses del primer reinado de Trump y había ganado Biden, pero Trump se negaba a aceptar su derrota y desató una campaña para evitar que este asuma el poder. Inició decenas de acciones legales para subvertir los resultados y las perdió todas. Realizó actos delictivos y criminales, como forzar a una autoridad encargada de certificar los votos en Georgia para que le “consiga” algunos votos, y hasta soliviantó a turbas de seguidores para que invadieran el Capitolio y evitaran que el Congreso certifique el triunfo de Biden en una insurrección sin precedentes; un conato de golpe de Estado que se cobró la vida de varias personas, incluyendo varios policías, y puso en riesgo la vida de su propio vicepresidente y otros congresistas.

Mañana Trump vuelve nuevamente a la presidencia como criminal convicto (excusado de purgar cárcel), pero no por los mencionados delitos, sino por sobornar a una actriz porno y falsificar documentos para evitar que el caso de su vínculo con ella saliera a la luz durante su primera campaña presencial. Y pese a que las pruebas de los crímenes de Trump son contundentes, la insurrección del Capitolio fue transmitida en vivo; varios de los que participaron en ella están en la cárcel, y a su exabogado Rudy Giuliani le quitaron la licencia para ejercer su profesión; Trump ganó abrumadoramente. No porque muchos estadounidenses se volvieron súbitamente republicanos, sino porque millones de demócratas no vieron la razón para salir a votar por Kamala Harris. La mayor paradoja es que ahora, que es un criminal convicto, es más popular que cuando gobernó por primera vez y no lo era. Además del respaldo de una parte significativa de la prensa liberal como The Washington Post y el Los Angeles Times —la misma que durante su primer gobierno llevaba la cuenta de cuántas mentiras decía Trump al día…—, Trump goza del apoyo de los empresarios más ricos de EEUU y del mundo —Bezos, Zuckerberg y Musk—, dueños de empresas tecnológicas gigantes que han transformado nuestra forma de comunicarnos, relacionarnos, comprar y hasta trabajar. El favorito de Trump, Elon Musk, que asumirá un cargo en su Gobierno, y el hombre más rico del mundo, no solo es dueño de X (ex-Twitter), sino de Telsa, la compañía de autos eléctricos, y Starlink, la compañía espacial que posee el 60 % de los satélites que orbitan en la tierra. Estos magnates han donado cientos de millones para la campaña presidencial de Trump y para su ceremonia de inauguración. Atrás quedaron los días en que Zuckerberg y el entonces dueño de Twitter bloquearon a Trump de sus plataformas por promover falsedades y desinformación. Más bien y después del anuncio de Zuckerberg de que Meta ya no va a hacer fact-checking en Facebook, el que la verdad no importa ya es oficial.

El acomodo liberal

Pero no nos engañemos. Trump no es un fascista que vino a destruir una democracia impoluta.  No solo porque se trata de un país profundamente racista, marcado por su historia de exterminación masiva de nativos americanos y el despojo de sus tierras, así como la esclavitud africana, sino porque su reelección no hubiera sido posible sin el acomodo liberal que acabo de describir y sin el apoyo o aquiescencia de sectores ilustrados, de la prensa del mainstream, y del poder corporativo. Gracias, en buena parte, a ellos, Estados Unidos tendrá por primera vez como presidente a un criminal convicto. Trump, el millonario del de la farándula, el supremacista blanco de fortunas de dudosa honestidad es el nuevo statu quo, the new normal, como se diría en inglés. Su reelección expresa el fin de la antinomia “democracia” versus fascismo que definió la política mundial desde la Segunda Guerra Mundial. Es el fin de una época. Es la prueba más elocuente de que ahora una democracia puede ser fascista. Y es tal vez el último estertor colonialista de un imperio decadente. No hace falta analizar mucho, porque Trump lo dice claramente. Ha dicho sin rubor que quiere invadir Panamá para recuperar el canal, anexar Canadá y tomar Groenlandia.  El “destino manifiesto”. El mundo se divide en pueblos civilizados (los blancos) y pueblos bárbaros (los demás) que no pueden gobernase a sí mismos y debe ser gobernados.  ¿Se diferencia Biden de todo esto?

Biden no se salva

Recuerdo lo emocionada que estaba, como muchos colegas y amigos en California, cuando en 2021 Biden derrotó a Trump. La sensación era de alivio, júbilo y esperanza. Pero a Biden le quedó chico el cargo, su pusilanimidad y la corrupción política dejaron un país a la deriva cuando tuvo que enfrentar su prueba de fuego:  Gaza. Su apoyo incondicional a un genocidio de palestinos perpetrado por Netanyahu, que se ha llevado más de 64.000 vidas y ha convertido a Gaza en un lugar inhabitable, que abrazó también la candidata demócrata Harris, resultó moralmente reprehensible para millones de estadounidenses y prácticamente les costó la elección. ¿Cómo diferenciar a un Biden rendido a los pies de Netanyahu de un republicano supremacista blanco, en su desprecio a las vidas palestinas? ¿Qué diferencia sustancial puede haber entre los demócratas que aplauden y apañan a un genocida con orden de captura por crímenes de guerra por la Corte Internacional de Justicia y los republicanos que han entronizado como presiente a un criminal convicto?

El Perú, ¿cediendo el paso al fascismo?

El panorama en el Perú no es menos sombrío. Con la elección de Pedro Castillo tuvimos nuestro mini “6 de enero” y nuestros negacionistas siguen activos. El propio Gobierno de Boluarte es resultado de una componenda con un Congreso golpista rechazado por la mayoría de peruanos. Cuando hace dos años, ciudadanas y ciudadanos de las zonas rurales del sur y centro del país salieron a protestar y reclamar nuevas elecciones, el régimen les respondió con balas y mató a 50, en crímenes que permanecen impunes. Y ahora que los familiares recuerdan el segundo aniversario de sus muertes, el Gobierno despide intempestivamente al historiador Manuel Burga de la dirección del LUM después de más de seis años de gestión impecable.

Podrán sacarlo, pienso, pero dudo que puedan destruir el LUM. Porque más que un edificio, es una obra que ha entrado en las conciencias de muchas peruanas y peruanos. Tendrá el odio de los políticos, pero se ha ganado el respeto ciudadano. El LUM sembró una semilla que se queda entre nosotros y toca seguirla regando.

Cecilia Méndez

Chola soy

Historiadora y profesora principal en la Univ. de California, Santa Bárbara. Doctora en Historia por la Universidad del Estado de Nueva York, con estancia posdoctoral en la Univ. de Yale. Ha sido profesora invitada en la Escuela de Altos Estudios de París y profesora asociada en la UNSCH, Ayacucho. Autora de La república plebeya, entre otros.