Acostumbrados por el conocimiento médico a denominarla vitamina D, debemos reconocer que esta importante sustancia orgánica presenta características propias de una hormona. En efecto, en nuestro cuerpo, el órgano inicial para su elaboración es la piel, con la participación de la luz solar. El proceso continúa en el hígado, los riñones y otros órganos, donde se activa. Finalmente, llega a la sangre y se distribuye a diferentes tejidos como hormona, acoplada a sus receptores específicos.
Incorporada en tejidos y células de nuestro organismo, la hormona D o vitamina D ejerce diversas acciones biológicas en múltiples órganos. Por ejemplo, en el sistema cardiovascular, participa en la remodelación vascular, mejora la función endotelial y, de esta manera, contribuye a regular la presión arterial. Además, desempeña un papel antiinflamatorio, lo que resalta su impacto positivo en la salud. Todas estas acciones biológicas son beneficiosas y están vinculadas a esta hormona esteroidea liposoluble.
Diversos estudios han comprobado la presencia de receptores de vitamina D en numerosos órganos, como el tejido cardiovascular, lo que sugiere un papel directo en la función cardiometabólica. Asimismo, la vitamina D puede modular la expresión de genes relacionados con la proliferación celular, la apoptosis, la calcificación vascular y la activación del sistema renina-angiotensina-aldosterona, todos ellos procesos clave en la patogénesis de enfermedades cardiovasculares.
Sin embargo, aunque la vitamina D tiene efectos en diversos órganos, no debemos olvidar su función principal: su impacto en el metabolismo óseo y la regulación del calcio. Este conocimiento ha permitido comprender mejor patologías como la osteoporosis, que tiene una alta prevalencia. La hormona activa, el calcitriol (1,25-dihidroxivitamina D), actúa en distintos tejidos para cumplir estas funciones esenciales.
La evaluación del papel de la vitamina D confirma varias acciones favorables: facilita la absorción del calcio en el intestino, fortalece los huesos y el sistema muscular, refuerza el sistema inmunológico, protege el sistema cardiovascular, contribuye a la prevención de ciertos tipos de cáncer y actúa como protector frente a enfermedades crónicas como obesidad, diabetes mellitus, hipertensión arterial y Alzheimer. Además, reduce el riesgo de trastornos mentales como ansiedad y depresión.
Es fundamental conocer los niveles óptimos de 1,25-dihidroxivitamina D. La referencia ideal es de 30 picogramos/ml; niveles inferiores a 20 indican deficiencia, entre 20 y 30 son insuficientes, y valores superiores a 100 pueden ser tóxicos. Esto ayuda a evaluar si la exposición solar y la ingesta de alimentos ricos en vitamina D son suficientes o si es necesario recurrir a suplementos.
Se debe tener precaución ante productos farmacéuticos que promueven dosis excesivamente altas de vitamina D como solución universal. Es esencial personalizar los requerimientos según la edad, el género y la presencia de enfermedades. De manera general, las necesidades diarias son: entre 400 y 600 UI para niños, 600 a 800 UI para adultos y 800 a 1000 UI para ancianos. Sin embargo, ciertas condiciones pueden demandar dosis mayores.
A menudo se escuchan afirmaciones sobre la vitamina D en contextos asistenciales y familiares, muchas de las cuales son inexactas o incluso erróneas. Es recomendable recurrir a fuentes confiables para obtener información adecuada. Las investigaciones clínicas y de laboratorio continúan, lo que permite distinguir entre asociaciones y causalidades relacionadas con la deficiencia de vitamina D.
El médico, a partir de una historia clínica completa y bien documentada, tiene en cada paciente una oportunidad para aprender y brindar un tratamiento adecuado.
Médico especialista en Medicina Interna y especialista en Reumatología. Magíster y doctor en Medicina, por la Universidad Peruana Cayetano Heredia. Profesor de Escuela de Posgrado y Past decano de la Facultad de Medicina de la U. Nacional de Trujillo. Cultiva las áreas de educación universitaria y filosofía de la ciencia.