Angie, por Lucia Solis
"Gran parte de lo que creemos sobre las personas con problemas de adicción está formada por agentes sociales como el cine, la publicidad, las instituciones educativas y, especialmente, los medios de comunicación".

Un claro ejemplo de cómo los medios de comunicación deberían tratar temas de adicciones y personas con conductas adictivas es el caso de Angie Jibaja. Ella no es la primera ni la única, pero las circunstancias que la rodean sirven para reflejar todo lo que hemos hecho mal.
Angie Jibaja es modelo y actriz; además de una de las figuras más populares de la farándula peruana. Sumado a ello, es madre de niños con los que no vive, sobreviviente de un intento de feminicidio en 2020, tiene tatuajes por todo el cuerpo, estuvo presa y la hemos visto de fiesta muchísimas veces. O sea, no es la típica mujer que conduce un programa de televisión al mediodía o que se casa en vivo. Y eso le ha costado una avalancha de ataques misóginos.
Hace poco más de una semana, Magaly Medina difundió de forma irresponsable un video en donde se observa una presunta recaída de Angie Jibaja en conductas adictivas. A través de un discurso impostado, la conductora lamentó la situación y condenó que la modelo no pueda recuperarse. Pero, si lo siente tanto, ¿por qué propagó una grabación del año pasado y justo cuando la actriz anunciaba su regreso a las pantallas? Porque quería exponerla, para visibilizar una supuesta contradicción entre los hechos y dichos de Jibaja.
Y ahí está el problema en cómo los medios han tratado y siguen abordando las adicciones; como si se tratara de una decisión personal, desde la espectacularización, con un mensaje que culpa, difundiendo un material registrado sin consentimiento y que pertenece a la al ámbito de la intimidad. En conclusión, sin respetar los derechos de alguien que puede estar atravesando una enfermedad.
Esta cobertura provoca más ataques y ensañamiento, pura violencia que se agrava con el factor de género. A Angie Jibaja no solo la agreden porque, según la opinión pública general, ‘‘ella se lo buscó’’ y no tiene remedio, sino también por no cumplir con la imagen idealizada de mujer, madre y artista. Cuando fue víctima de un intento de feminicidio hace dos años, las reacciones iban desde ‘‘mejor que se muera ya’’ hasta ‘‘por qué la Policía pierde el tiempo salvándola’’.
Por eso es tan importante y urgente que los medios transformen la manera que han enfocado este tipo de hechos. Empezando por anteponer los derechos de las personas frente al morbo, tratándolas como personas con problemas de adicción o con conductas adictivas y no solo como ‘‘drogadictas’’ o ‘‘fumonas’’, evaluando qué impacto puede tener en su salud mental el artículo que publicamos o el reportaje que transmitimos. En resumen, representarlas como seres humanos que tienen una condición que no se puede resolver solo con el ‘echaleganismo’.
Hay que ser conscientes de que los términos con los que nos hemos referido popularmente a lugares como en el que aparecía Angie Jibaja en el video que difundió Medina son estigmatizantes desde un punto de vista racista y clasista. Debemos aprender a respetar el derecho a la intimidad de las personas y a no ser despojadas de su humanidad en fotos o materiales audiovisuales que apelen al morbo. Entendamos que gran parte de lo que creemos sobre las personas con problemas de adicción está formada por agentes sociales como el cine, la publicidad, las instituciones educativas y, especialmente, los medios de comunicación.