Opinión

La vida de novela de un ‘inmortal’, por Augusto Álvarez Rodrich

La incorporación de Vargas Llosa a la Academia Francesa.  

La incorporación de Mario Vargas Llosa a la Academia Francesa es un nuevo reconocimiento que, para un francófilo de juventud como él, quizá sea más apreciado hasta que el premio Nobel de Literatura que recibió en 2010.

“Un hito para quien tenía París como un sueño de juventud y Flaubert como un sueño de estilo”, escribió Manuel Jabois en la introducción a la entrevista que le hizo hace poco en El País.

Su ingreso la próxima semana a la Academia Francesa, a cuyos miembros se les conoce como los ‘inmortales’ desde que el cardenal Richelieu la fundara en 1634, es particularmente relevante por ser el primer escritor que incorporan sin ser francés ni tener una obra original en lengua francesa.

Varias obras de su valiosa y extensa producción literaria son ‘inmortales’. La elección de cuáles son estas seguramente depende de preferencias y motivos personales. Para un entusiasta, antiguo y agradecido lector suyo de casi toda su obra, como este columnista, no es asunto sencillo. La aparición de cada nuevo libro de Vargas Llosa siempre es una nueva aventura por vivir.

Podría ser La ciudad y los perros –la primera novela que leí en mi vida gracias a la cual, desde entonces, nunca dejé de estar siempre leyendo un libro–, aunque hay otras que prefiero, desde las más reconocidas –La guerra del fin del mundo o La fiesta del Chivo–, hasta otras quizá más sencillas, pero entrañables, como Travesuras de la niña mala o Pantaleón y las visitadoras.

Quizá algo diga sobre mi favorita que la única vez que le pedí a Mario Vargas Llosa que me firme un libro escogí el primer tomo de Conversación en la catedral –cuando venía en dos volúmenes– de la segunda edición de 1969.

Su ingreso a la Academia Francesa ocurre cuando Vargas Llosa vuelve a estar, como siempre, en la mira de sus críticos que hoy aprovechan asuntos propios de la prensa rosa que solo debieran interesarle a él, o sus respaldos políticos siempre personales y, por tanto, legítimos, con lo que se puede estar de acuerdo o no, pero de lo que no hay duda es del gran valor de su literatura, actividad periodística y honestidad intelectual, así como del orgullo que nos genera el más célebre de todos los escritores peruanos, cuya vida y obra es la de una novela inmortal.