Los personajes de Philip Seymour Hoffman
El actor norteamericano sigue presente en el imaginario cinéfilo. De los muchos personajes que encarnó, uno que deberíamos conocer: el de Wilson Joel en “Love Liza”.
“Seymour es un actorazo. Debes ver Love Liza”, me dijo un amigo hace varios años. Coincidíamos en que Philip Seymour Hoffman era un estupendo actor. Su muerte, a causa de una sobredosis, en febrero de 2014, conmocionó al mundo cultural. No se trataba de un artista admirado por determinado circuito cinematográfico y por cierto público. Era un actor respetado por todos debido a su dimensión interpretativa. Lo hemos visto en películas comerciales y en trabajos de autor a la altura de esa gran escuela norteamericana que no debemos olvidar: la de los actores de reparto. Bajo esa dinámica es que muchos llegamos a conocer a Philip Seymour Hoffman. Cuando le llegaron los roles protagónicos, ya tenía un nombre ganado en la industria.
Días después me puse a buscar esa película. Me informé de ella sin exceso, como para no saciar el interés. Solo lo básico: Love Liza fue dirigida por Todd Louiso, se estrenó en el 2002 y el guion fue escrito por Gordy Hoffman, hermano mayor de Philip. La película tuvo críticas muy polarizadas, desde aquellas que la calificaban de maravillosa a las que la tildaban de mero ejercicio estético sin sustancia. Dato curioso: durante su trayectoria, a Philip Seymour Hoffman la guadaña crítica jamás le rozó.
A excepción de Love Liza, Capote (por este trabajo, consiguió el Oscar a Mejor actor en el 2005), The Master y la obra maestra Synecdoche, New York, lo suyo, como precisamos líneas atrás, ha transitado principalmente por roles secundarios. Repasemos al vuelo: el enamorado y onanista Allen en Happiness de Todd Solondz, el legendario crítico de rock Lester Bangs en Almost Famous de Cameron Crowe, el nervioso y enamoradísimo gay Scotty J. en Boogie Nights, el cínico Dean Trumbell en Punch-Drunk Love y el enfermero Phil Parma en Magnolia, estas tres últimas de Paul Thomas Anderson.
En Love Liza da vida a Wilson Joel, que atraviesa una tragedia: el suicidio de su esposa Liza. Wilson, a manera de escape, se entrega a los caprichos del abandono: no se baña, duerme en el piso de su casa, anda distraído, muestra comportamientos por demás forzados con sus compañeros de trabajo, etc. Pero estas actitudes no son más que la coraza ante la implícita duda que lo carcome: la curiosidad por saber, y no saber, qué es lo que dice la carta que Liza le ha dejado, la cual encontró de casualidad debajo de la almohada.
Mediante su lectura, al menos Wilson pondría en orden sus pensamientos y sentimientos, pero no, se adhiere más a la opción de seguir viviendo en la dejadez y, de esta manera, ir por el mismo sendero de su esposa suicida. No suficiente con lo que le ocurre, su suegra Mary Ann (impecable Kathy Bates, la recordada Annie Wilkes en Misery de 1990) le exige que abra de una buena vez esa carta, porque ella, en su condición de madre, está en su derecho de conocer la razón del suicidio de su hija. Sin embargo, Wilson se resiste y busca otras vías de evasión, una realidad paralela que, hasta cierto punto, consigue mediante la inhalación de gasolina.
Wilson abre la carta cuando intenta suicidarse. La última escena, de la que no vamos a adelantar nada, más allá de ser magistral, es una realidad de la que nadie está a salvo por más seguro(a) que se sienta en la vida. A Philip Seymour Hoffman, a 10 años de su muerte, se le sigue recodando por la solidez moral de sus personajes.