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Agencias

Un océano de arena desde el cielo, el Dakar en el helicóptero de su director


Ataviado de un casco con micrófono fijado a la cabeza, David Castera escruta el océano de arena del desierto saudita desde el helicóptero del Dakar: un día de trabajo normal para el patrón del mítico rally.

Instalado en la parte delantera de la cabina de 'Delta', como se llama la aeronave, Castera, media melena castaña y barba de tres días, sigue desde las alturas las evoluciones de 300 vehículos a lomos de las dunas durante la décima etapa de las 12 con que cuenta la prueba.

"No es una etapa muy complicada, un poco de transición. Es la primera muy arenosa, sólo hay arena. Es corta, son 120 kilómetros (de especial). Es un poco un rodaje", describe el antiguo piloto francés.

Su mirada no pierde detalle del sinuoso camino de motos y coches en medio de la inmensidad del desierto del Empty Quarter, mientras escucha las conversaciones por radio con el puesto de control. Todo para que la carrera discurra sin incidencias para participantes, asistentes y público y caravana.

"El año pasado había máquinas que trabajaban para realizar búsquedas de petróleo en plena mitad de la especial. Te posas, buscas al jefe. Lo encontré, estaba a 20 kilómetros. Tuvimos que negociar con él. Llamó a todos sus hombres para que parasen", cuenta a la AFP.

El director del Dakar desde el año 2020 pasa sin solución de continuidad del cielo al suelo y del suelo al cielo, con una naturalidad sorprendente.

Aquí, un salto de 30 kilómetros hacia delante. Allá, un aterrizaje en la cresta de una duna para esperar rodeado de silencio y de calor el paso de los primeros pilotos. Más lejos, otra escala en un control para modificar los paneles de reducción de velocidad.

- Deporte de riesgo -

Allá donde surge un problema, el patrón llega como caído del cielo para tomar una decisión o poner una solución. Como en la 7ª etapa, cuando bajó para enderezar el rumbo de la cabeza de carrera de coches, extraviados por un error en la guía del itinerario.

'Delta' forma parte de la flota de una decena de helicópteros utilizados por la organización del Dakar para velar por una carrera que se extiende por miles de kilómetros, lejos de carreteras. Además de los de la retransmisión televisiva, la mayoría son helicópteros médicos.

"Si me dicen que un tipo tiene los brazos rotos, me digo 'chévere, no tiene nada'. Porque aquí tenemos que tratar con cosas serias, accidentes con muerte, accidentes en los que hay que intubarlos, ventilarlos, están en coma", explica Castera.

Lejos de la falta de medios de los primeros Dakar en África, la carrera creada en 1978 por Thierry Sabine es actualmente una gigantesca máquina logística con sus piezas bien engrasadas.

Todos los participantes están equipados de 'trackers' de rastreo para que puedan ser localizados, que alertan a los organizadores en caso de un parón prolongado, y varios helicópteros sobrevuelan el recorrido, prestos a descender en picado para eventuales evacuaciones de heridos al hospital.

"En los años 80, gente que se perdía 3 o 4 días en el desierto era normal y pasaba a menudo. Cuando eran encontrados, los tipos se morían de sed", cuenta David Castera. "Hoy en día, si pierdes a alguien una hora, eres un asesino y te llevan ante la justicia".

El puesto de control solicita a 'Delta' abandonar la ruta en el kilómetro 113 del recorrido para verificar el estado de un motorista. La baliza de la que está equipado no funciona desde hace unos minutos. La atmósfera see crispa.

Luego de otear durante unos minutos entre el océano de arena, el helicóptero termina dando con él. El motorista levanta el dedo pulgar, está bien. "Le ha reventado la cadena", constata David Castera, aliviado.

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